Existen dos prismas desde los que observar la cueva de ladrones en que se ha convertido nuestro país. El primero es el que los telediarios y tertulianos nos fotografían día tras día en sus turnos de palabra. En ellos la imagen que nos queda grabada a fuego en la retina es la de un mundo político corrompido por los intereses particulares que se superponen a los públicos. El segundo y al que menos veces se hace referencia, nos recuerda que vivimos en democracia y nos ofrece la posibilidad de cambiarlos a todos de una tacada en una próxima convocatoria electoral.

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Como decía ayer un tertuliano en una emisora local, ninguno de nosotros estamos libres de culpa al ver en lo que se ha convertido nuestra democracia. Estas corruptelas no son nuevas de ahora ya que hace unos meses, e incluso años en algunos casos, las mismas si no es que se supieran ya a ciencia cierta, al menos eran intuidas por una mayoría social que sin embargo, y entre la cual me incluyo, acabó ofreciendo su voto a los mismos que hoy se han convertido en el principal problema de la ciudadanía, muy por encima del paro y el terrorismo.

Está en nuestras manos, y solo en las nuestras, cambiar el sino de nuestro país. Tal vez las plazas sean un camino, pero si lo que de verdad queremos es acabar con la partidocracia que nos aplasta hoy en día, lo que deberíamos hacer es cambiar a nuestros representantes mediante el poder que nos ofrecen las urnas. Pueda parecer éste un mensaje sumamente banal pero créanme, deja de serlo cuando uno asume de verdad su significado y decide hacerlo propio de verdad, y no solo de cara a la galería, sabiéndose poseedor de un poder, una esperanza, que hasta ese momento le eran extraños.

Uno acaba recuperando la esperanza perdida que desapareció por el desagüe de la corrupción. Sólo piénsenlo. Sépanse poseedores de una bomba de relojería destinada a derrocar una oligarquía política que nos tiene con la rodilla hincada al suelo.  Sean sabedores de que al fin y al cabo, sólo ustedes tienen poder para ponerlos allí donde están y por tanto también a quitarlos. Y eso no se hace desde las plazas, sino desde las urnas. Apréndanlo y verán como las cosas cambian.

1 Comentarios:

    Es el cáncer del poder.

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