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El tiempo que pasa

Hay días en los que a un servidor le nace escribir sobre aquellas cosas que un día complementaron lo que no era más que la ardua tarea de escribir en un blog anónimo. Días en los que uno escribía para unos pocos, cosa que aún ocurre, y en los que redundaba en algunas ideas y conceptos que poco a poco, como no podía ser de otra forma, han ido perdiendo su encanto y trascendencia hasta quedar tristemente relegados al nirvana del romanticismo dospuntocerista que en aquellos días nos encandiló a unos pocos. Días aquellos en los que parecía que lo más importante de todo era sencillamente escribir. Supongo que con el pasar de los años uno ha acabado por comprender que lo que pareciera una idea banal ha acabado convirtiéndose en una afición sana y profundamente reconfortante.

Aquellos posts, esos que hoy perviven en las catacumbas de los blogs que solemos visitar, mantienen la solera de los años vividos con los restos del hálito de la sinceridad y los buenos deseos, ofreciéndonos un Time Line blogueril de lo que supusieron los mismos para sus autores y lectores. Aún hoy no es complicado encontrar dichos posts entre el lujurioso mundo bloguero, unas veces postergados a insignificantes apuntes de cariño, otras enaltecidos, como ha hecho estos días Marcelino, a posts celebracionales de toda una vida dedicada a insistir en un concepto, una idea, un referente personal, como lo es, abrirse al mundo para escribir y optar por convencerse de que la inacción es, al fin y al cabo, la base de todos los males del mundo en que vivimos.

Recuerdo aquellos posts barrocos y empalagosos que todos alguna vez hemos escrito o leído. Aquellas buenas palabras adornadas con decenas de adhesiones incondicionales, que lo hacían a uno sentirse parte de algo más grande que un simple trozo de cibermundo. La alegría con la que, tras acabar de releer aquel engendro del propio espíritu hecho relato, le daba con la suavidad con la que un padre besa a un hijo al “enter” y se sentaba a recibir agradecido la cercanía de otros muchos amigos cibernautas, que con sus visitas, comentarios y referencias, lo hacían sentirse parte de algo más grande que una simple mota de polvo arrastrada por el universo intergaláctico.

Eran posts pasionales, melosos y dulces hasta decir basta. Destinados a muy pocos lectores, todo hay que decirlo. La forma más poética de escribir en prosa lo que el corazón mandaba. Posts agradecidos y abiertos en canal al escrutinio de cuanto desconocido decidiera sumergirse en los sentimientos expuestos. A decir verdad, eran como éste. Intrascendentes si los analizabas línea a línea. Inútiles si lo que esperabas eran resultados y datos. Obsoletos, si como me temo, los lees con los ojos del twitter o el Facebook.

El Sábado, Beatriz, la nueva musa de las Juventudes Socialistas Europeas, salió con más pena que gloria de una manifestación anti-desahucios en la que tuvo que escuchar cómo, entre gritos de repulsa y eslóganes baratos, la incluían en el mismo saco en que se encuentran todos y cada uno de los políticos de este país. A su lado, un ex-ministro apresuraba el paso con la excusa de un viaje inaplazable con el que intentaba mantener una dignidad que ya no ostentaba.

Hoy mismo otra manifestación social ha tenido su particular protagonismo. Pero ésta ha sido tomada, esta vez con éxito, por los partidos políticos. Ha sido la de la Sanidad. En telediarios y demás prensa ha podido verse cómo los lemas y el espíritu de dichas manifestaciones han sucumbido a la simbología propia que acompaña indefectiblemente a los partidos y sindicatos cuando éstos deciden tomar la calle. En este caso eran predominantes las banderas republicanas, las del movimiento gay y los estandartes de CCOO y UGT.

Han sido dos manifestaciones sociales. La una ha conseguido mantener su ideario sin problemas, aunque eso sí, con esfuerzo ya que han debido echar de la misma a la mentada Beatriz y su más que dudable deseo de proletarización de la cúpula socialista. La segunda, como se puede ver visionando el vídeo que nos ofrece 20 minutos, ha acabado siendo no más que una instrumentalización política de un problema escandalosamente real como lo es el de la privatización de la sanidad.

Hay una diferencia abismal entre la primera y la segunda manifestación. La una intenta que su mensaje prevalezca sobre las siglas aunque se excede en su deseo de ausencia de las mismas. La segunda, según los datos del periódico han sido tan sólo 300 personas las que han acudido a su llamada en Zaragoza, necesitan de la política para mantener viva su protesta. 

Se protesta para cambiar las cosas, no para pedir que se quiten unos para que se pongan los nuestros. Y si algo hay que esta crisis nos haya enseñado a los Españoles, es a desconfiar de los políticos, ya vayan en nombre del partido o en el suyo propio, puesto que éstos, antes o después, caerán en la tentación de hacer suyas protestas que no nacieron de sus sesudas cabecitas, sino que fueron germinando en el sentir de la gente y de las que se intentaron adueñar instrumentalizándolas para hacerlas servir a sus propios intereses partidistas.

Aún recuerdo a aquellos Diputados de Izquierda Plural que salieron a apoyar a los que deseaban rodear el Congreso ignorando, y queriendo ignorar, que esa protesta iba contra la esencia de lo que ellos mismos representaban, la casta política de la que son partícipes. Y hasta que eso no lo interioricen y lo tengan en cuenta todos y cada uno de los movimientos ciudadanos que en estos tiempos de zozobra política intentan tomar la calle para defenderse de las agresiones políticas que reciben, habrá, para miles de ciudadanos tales cuales un servidor de ustedes, un sentimiento de apoyo o rechazo que será directamente proporcional al nivel de intoxicación política que padezcan.

Por eso no estoy de acuerdo con Carlos Carnicero cuando éste critica que se despida de esa forma a la que ayer mismo era una abanderada del verdadero Socialismo. Por eso querido y admirado Carlos, no comparto tu punto de vista.

Es cierto, el problema de Rajoy está en Bárcenas. Pero también en los posibles sobres, en los silencios atronadores a las preguntas sin respuesta y en la más que escandalosa irrupción de supuestos desahuciados del partido que por la espalda continuaban en la nómina del mismo. También en sus políticas, que reconozco como necesarias, pero que se abstienen de explicar. Y por supuesto en sus contradicciones; hacer más barato el despido y después despedir ascendiendo como hacen ellos…Tiene razón Rubalcaba cuando compara su sueldo en la oposición con el que el propio Rajoy tenía cuando él ocupaba dicho cargo. El doble. Ahí está el debate.

rubalcaba

En el aire está esa ley que pretenden dar a luz en la que los sueldos de los Alcaldes estará fijado con un máximo. Es dinero público, puede leerse entre líneas, y por tanto debe estar totalmente fiscalizado. El problema está en que por esa misma regla de tres los partidos también deberían ser tomados como activos del estado. No en vano éstos están cuasi completamente financiados por el mismo, y si nos atenemos a sus propias cuentas reconocidas, el dinero que procede del sector privado es nimio o casi insignificante.

Hay dos formas de ver este problema. Podemos optar por el tremendismo y obligar a los partidos a que se autofinancien. Tras ellos por supuesto, irían también sindicatos y organizaciones varias. El problema de hacer esto es que así, de golpe, sí que sería posible que la maquinaria interna de los partidos políticos se viera empujada a aceptar influencias externas con las que se pudieran decidir cuestiones que pudiesen afectar a un lobby determinado. Pensemos en donaciones de las eléctricas y lo que éstas podrían pedir a cambio.

O podríamos, y esa es la posición por la que yo particularmente me decanto, prohibir cualquier tipo de donación a los partidos. También prohibiría las cuotas, para que los partidos tan sólo pudieran contar con el dinero que los presupuestos generales del estado les asignaran. Así, con la prohibición, se impediría que se pudieran esconder donaciones fraudulentas como cuotas.

Por tanto Rubalcaba tiene razón, el sueldo de Rajoy es un problema, pero también el suyo, el de sus correligionarios y el de los propios partidos. Y Bárcenas, aunque en un primer momento es problema de Rajoy, acaba siéndolo de todos. Al fin y al cabo en el partido de Rubalcaba hay también un tesorero. Y a los tesoreros se los teme. ¡Vaya que si se los teme!

Verán, siempre pensé que las mentes retorcidas y los intérpretes de las voluntades sociales residían al completo entre la clase política. Tan solo cada cuatro años la voluntad del pueblo era consultada y una vez escuchada, era interpretada a conveniencia para cargarse de unas razones que, seguramente, si se hubieran vuelto a poner a prueba bajo sufragio, hubieren sido revocadas en el acto.

Pues bien, esta semana he constatado que también entre la ciudadanía pervive esa enfermedad. El otro día firmé una petición para que los políticos que aparecen en los papeles de Bárcenas dimitan. Al poco esa petición se ha transformado en una llamada a rodear la sede del Partido Popular en Génova. ¿Firmé yo eso cuando decidí apoyar la petición? No. ¿Me preguntaron para consentir el cambio? Tampoco.

No me parece justo que una iniciativa cambie de objetivo sin que quienes en un momento dado han optado por apoyarla tengan posibilidad alguna de distanciarse de la misma. Y sinceramente, quien la creó ha sucumbido al mismo error que quienes pretende que dimitan, interpretar como apoyo incondicional lo que simplemente fue una sencilla firma con la cuenta de Facebook.