Simplificar es reducir a la mínima expresión cualquier cosa. En el plano de la opinión, además, requiere que dicha reducción no cambie el significado de lo expresado. Pero, una vez aclarado dicho punto, ¿cómo se debe responder, por ejemplo, a una pregunta como ésta?

Yo lo dejé en un simple 'si', que no era más que la forma irónica de responder a una pregunta tramposa, pero muchos ciudadanos sucumben sin querer al juego de la semántica y acaban aceptando sin darse cuenta conceptos que antes hubieren negado de plano. Si atendemos a la pregunta con detenimiento, se somete a valoración algo que de entrada es inconcebible. Indudablemente cualquiera a quien se le haga dicha pregunta responderá sin dudarlo que se posiciona del lado de los ciudadanos, pero debemos recordarnos, antes de responder a la ligera, que antes de llegar a dicha pregunta se deberían responder muchísimas más que serían, esta vez sí, las que nos ofrecerían una visión más global del problema que tan ruinmente se intenta simplificar con la citada pregunta.

En el mundo dospuntocerista que desgraciadamente nos ha tocado vivir, el ánsia por la falsa simplificación, la tergiversación y la demonización del que piensa ligeramente diferente a uno hacen que el caldo de cultivo de la mentira y el odio se extiendan sin reparo por la red de redes. Ahora no es suficiente con pensar, además hay que saber responder a las injurias sin caer en la tentación de responder con una ironía que, como desgraciadamente todos sabemos, es difícilmente detectable para quien sencillamente busca el discurso fácil, el panfletismo y las batallas rápidas que poder colgarse de la pechera.
Una persona cualquiera, de esas que ni pinchan ni cortan a la hora de hacer leyes salvo cuando van a votar cada cuatro años, podría llegar a pensar cualquier barbaridad sin que por ello tuviera que ser tildada de nada en absoluto. Otras, como los políticos, deberían medir sus palabras al milímetro para no provocar mayores altercados que los que su propia existencia conllevan. Los dos deberían tener derecho a creer lo que quisieran, pero los segundos se deberían a su deber para no desafinar en la filarmónica democrática de la que forman parte. Más aún cuando de denigrar ciudadanos se trata.

Las declaraciones de Manuel Valls, Socialista Francés no se vayan ustedes a creer, no sólo son un abono inmejorable para el pensamiento simplista, sino que además nos demuestran al resto de ciudadanos europeos, y más en concreto a los Españoles, que no todo por ahí fuera es tan sencillo de encasillar como se pretende por aquí. Hacen un muy mal favor a la democracia quienes se empeñan en ignorar que en política no existen los buenos y los malos, sino más bien diversas formas de entender el mundo que los rodea.

Otros que deberían pensarse muy bien lo que hacen son Mariano y los suyos. La presión a la que están siendo sometidos por parte de Sheldon podría, y digo únicamente que podría, llevar a pensar a la ciudadanía que  el precio a pagar para la elaboración de una legislación a la carta es meramente económica. Tan económica que para la inmensa mayoría de los ciudadanos dicho precio sería prohibitivo para sus intereses.

Si Mariano me aceptara un consejo le diría que mandara al carajo el Eurovegas. Más cuando a un político que está contra las cuerdas por sus políticas se le suma la evidencia de que es capaz de sucumbir a chantajes de pseudomafiosos.
Me resulta curioso presenciar la batalla que desde el sector Catalanista de la educación se está presentando a la pretensión de la instauración del trilingüismo en Baleares y Valencia. Más después de escuchar lo que Don Carlos M. Gorriagán nos cuenta en su intervención:


Cada día que pasa uno tiene más claro que si quiere mantenerse informado debe evitar a toda costa cualquier medio de comunicación. Ha llegado a tal punto la desfachatez periodística, que hasta el más pintado de los susodichos se revuelven indignados ante la sola mención de su particular sectarismo. Y es que cada día que pasa está más claro que la profesión de periodista ha tocado fondo. Ya no basta con informar. Ahora hay que tergiversar, escribir con titulares y conformar todo un conglomerado de 'hechos' que den base a una supuesta confabulación para esconder la verdad. Y lo curioso es que a este juego se le da bola desde ambos lados del espectro político-periodístico. Da igual que busquen en El Mundo, El País, La Razón, La Ser, Onda Cero, Antena Tres, Cuatro o cualquiera de las demás, más reaccionarias si cabe que les mentadas.

Hoy en día es más fiable guiarse por agencias de noticias. También recordar que en ellas aparecen políticos que hacen declaraciones, que son otro segmento poblacional empeñado en tergiversar, mentir y confabular para recabar apoyo ciudadano. Y por supuesto, cabe no olvidar que dichas agencias de noticias están compuestas por más periodistas.

Al periodismo lo ha hundido Twitter y el resto de Redes Sociales. Han sucumbido a la gloria de saberse reconocidos por desconocidos al instante. Por las mieles de los agasajos constantes de fieles seguidores, que no esperan de ellos más que el espaldarazo habitual a sus caprichosas entendederas. Han cambiado el informar por venderse como defensores de su verdad, la única verdad posible. A poco que miren ustedes en la red aparecen de estos a patadas.



Hoy @AngelCalleja me lo ha dejado, si cabe, más claro de lo que lo tenía.
Una de las cosas que más deberíamos temer los ciudadanos es la desinformación. No me refiero a aquella que consiste en saturar con datos insustanciales y debidamente interesados la información que se deja circular por la red de redes, sino más bien a aquella que sencillamente se impide que se de, esa que nuestros periodistas tan oportunamente discriminan por carecer de la relevancia debida.

Verán, hoy he leído un artículo siniestro referente a una secreta operación de limpieza nuclear en Semipalatinsk. No se preocupen, tampoco yo se situar ese nombre en el mapa. Baste, para que nos hagamos una idea de por donde van los tiros aquí, con remitirles a un par de párrafos profundamente esclarecedores del artículo antes mentado;

Entre 1949 y 1989, la Unión Soviética convirtió la región de Semipalatinsk (Kazajistán) en el mayor laboratorio de pruebas atómicas de la historia. Durante cuarenta años se detonaron hasta 465 bombas que liberaron mayores cantidades de radiactividad que el desastre de Chernóbil, dejando atroces secuelas que aún hoy son visibles en una ciudad donde la incidencia de tumores es un 30% mayor que en otras zonas del país.
Más de 20 años después de que detonaran la última bomba, ha finalizado una operación mantenida en secreto por científicos e ingenieros rusos, kazajos y americanos que han conseguido sellar y aislar este arsenal radiactivo de 200 kilos de plutonio fértil que permanecía desprotegido y sin vigilancia desde que los rusos lo abandonaron tras la caída de la URSS.

El artículo en cuestión viene acompañado por un informe del Centro Belfer de Ciencia y Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard, en el que se ofrece una detallada descripción de los pasos seguidos para el sellado de dicho emplazamiento nuclear. Curiosamente ningún medio de comunicación ha prestado la menor atención a dicha operación, y sí a la del escape de agua radiactiva de Fukushima.

El 26 de de Abril de 1986 se produjo el accidente nuclear de Chernóbil. Junto a éste se ha situado en la escala internacional de accidentes nucleares al desastre de Fukushima. Los dos innegables. Los dos sucedidos a la vista de todos. Incuestionables y difíciles de ocultar. Sin embargo, otras posibles calamidades como la antes descrita nos dejan, al menos a quienes no dudamos en cuestionar lo que se nos cuenta, la sensación de saber que sólo conocemos la parte de la verdad que los gobiernos creen que son capaces de controlar.

¿Periodismo? No, no creo que lo que leemos, vemos y escuchamos sea digno de ser llamado periodismo.
Hay dos formas de escribir. Dos formas de ver el mundo, de contarlo y de explicárselo a quienes no tienen más opción que convertirse en escuchantes que asimilan la información que les llega. Dos formas que mantienen una lucha diaria por encandilar a los lectores, arrastrarlos hacia sí y someterlos a sus creencias, divagaciones y certezas. Y en medio de ellas dos está la hilarante sucesión de hechos que hace imposible descubrir cual de las tres verdades que coexisten al mismo tiempo es la verdad verdadera. Dos mundos obsesionados con hacer saber a los ciudadanos que la suya es la buena y la otra está sumida en la tergiversación, la mentira y la omisión deliberada de datos que la contradigan.

Una tiende al insulto, el desprecio y la simplificación. Busca el tremendismo, la urgencia, el escándalo. Atiza las cenizas en busca del incendio perdido. Busca errores en el contrario y los amplifica. Tergiversa datos, enciende ventiladores y pretende hacer partícipes al resto de ciudadanos de lo que sencillamente no es más que una posición impuesta, desde cualquier aparato político, para convertirla en altavoz de sus designios. Lo explica muy bien Javier en su post.

La otra, sencillamente, cuenta lo que cree que debe contar, describe lo que entiende que ve y huye de resúmenes interesados y simplificaciones que alteren la realidad. La una escribe desde la víscera, el rencor, o el complejo de perdedor que la hace culpar al mundo de su desdicha. En cambio la otra se cuestiona multitud de temas sin atender a esquinas preconcebidas, no juzga gratuitamente al mensajero y alza la vista en busca de una verdad que sencillamente no existe como tal.

Encontrar estas dos verdades inmersas en el lector de feeds propio es hasta cierto punto contrapoducente. Y aún así a servidor le parece necesario mantenerlas para afianzar su juicio a la hora de valorar lo que cualquiera decide escribir.