Desde hace unos meses se habla de la posibilidad de aumentar el límite de velocidad en carretera. Lo hace el PP ahora que gobierna y lo piden desde hace años las asociaciones de conductores. Se escudan para semejante locura en la modernidad de los vehículos, carreteras y sistemas de seguridad, al tiempo que obvian que la parte más importante para que esos sistemas de seguridad pasivos funcionen correctamente no está preparada para el subidón de adrenalina que dicho aumento de velocidad produce en sus cuerpos.

Si la gente es incapaz de comprender cómo se hace una rotonda. Si no alcanza a entender que el carril central de las autovías existe únicamente para adelantar a los que van por el de más a la derecha y que el tercero por la izquierda es para hacerlo con los del central. Si no somos capaces de hacer un STOP correctamente y los confundimos a diario con un ceda el paso. Si nos pasamos por donde nunca asoma el Sol lo del ámbar en los semáforos. Si nos empeñamos en adelantar al vehículo que nos precede sin importar que nos encontremos a escasos quinientos metros de la salida que deseamos coger. Si damos las largas a quien sencillamente circula a su velocidad porque nos molesta tenerlo delante…

A mi modo de ver las cosas, desde el asiento de un conductor profesional que se pasa el ochenta por ciento de su vida tras un volante, la mera posibilidad de que se le de vidilla a una idea así de descabellada le produce urticaria. ¿Ustedes se han visto conducir? Claro que no. Si lo hubieran hecho, si se hubiesen fijado en cómo lo hacen, seguramente nunca habrían dejado que semejante locura germinara en sus cabecitas.

paronoviembre2012Los acontecimientos a los que últimamente nos está acostumbrando la actualidad política y judicial en este país, sumada a las noticias desalentadoras del paro, la precaria percepción de las instituciones y el más que justificado descrédito de quienes nos gobiernan y aspiran a gobernar, convierten al acto de disponerse a escribir en un blog en algo más que un alarde de osadía.

Uno, servidor de ustedes, y casi con toda seguridad ustedes mismos por experiencia propia, tendrán en mente algún conocido, familiar o amigo asociado a esas cifras que mes tras mes nos devuelven a la cruel realidad del trabajador que no tiene trabajo, de las familias huérfanas de sustento, y de la economía ficción que facilita la multiplicación de los panes y los peces que supone el permitir que vivan familias enteras con las pensiones de los más viejos.

Uno piensa todas esas cosas y se sorprende por lo rápido que nosotros mismos olvidamos estas urgencias cuando, de repente, los politicuchos que nos gobiernan deciden colgar ante nuestros hocicos trifulcas identitarias que en nada en absoluto ayudan a esos mismos conocidos, familiares o amigos, a superar el bache que tan demoledoramente los hunde en un pozo sin fondo llamado INEM.

Creyéndonos como nos creemos tan bien informados, tan versados en adivinar los pases de muleta que los periodistas vendidos al poder deciden ponernos ante los morros para dirigir nuestras iras, caemos día tras día en el engaño de hacer nuestras prioridades que son de otros y hacer propios discursos que no son más que panfletos, propaganda, escusas de políticos que vadean los problemas reales convirtiendo minucias en precipicios con tal de que no veamos que, de hecho, ya estamos suspendidos en el vacío de la inhumanidad y la insensibilización nacida de la reducción de los problemas a la matemática de las cifras, los porcentajes y las estadísticas.

Si de verdad pensáramos en lo que supone un 26% de paro y nos hiciéramos una imagen mental de la ingente cantidad de ciudadanos que en su ansia por informarse y buscar una salida a su calvario, o en todo caso encontrar una señal que les ofrezca una esperanza que están dispuestos a abrazar por muy lejana que sea ésta, acaban dándose de bruces con chorradas identitarias, reformas laborales más que sospechosas, tramas de corrupción y supuestos decretazos encaminados a una especie de ahorro que en todo caso se difumina en el entendimiento de cualquiera, comprenderíamos lo solos, desatendidos y abatidos que se encuentran unos cinco millones de compatriotas.

Me asomo a la ventana y cuento. Cada vez que veo pasar a tres ciudadanos por la acera de en frente se, que según las estadísticas, el cuarto será un parado. Y de esos el quinto no recibirá ningún ingreso económico en su familia. Los veo caminar a todos y sin embargo se que más de uno lo hace con un yunque atado al corazón. Un yunque cargado con la impotencia, la soledad y la tristeza de quienes se ven excluidos del tan cacareado estado del bienestar para acabar expulsados en el limbo de la caridad, la impotencia y la inhumanidad de quien se cree ya no sirve para nada.

Y mientras aquí estamos nosotros, haciendo de portavoces de políticos a quienes nada debemos más que desprecio, reprobación y desaire.