Es curioso ver cómo las grandes preguntas que han intrigado a la humanidad durante milenios nos siguen hoy acechando a la vuelta de la esquina, no sólo inquiriendo a los grandes pensadores de nuestro tiempo, sino también a los vulgares ciudadanos que, apostados en las áreas de servicio mientras hacemos el descanso del tiempo de conducción en el caso de los conductores profesionales, nos vemos asaltados por otros ciudadanos cuya, parece ser, única misión en esta vida es la de predicar su credo particular.
Verán. A mi en la áreas de descanso siempre me habían asaltado los comerciales de Orbita. Ya saben, esos de los seguros de carnet de conducir. Pues bien, hace un par de semanas los que vinieron a hacerme la visita de rigor fueron unos testigos de Jehová. Y me hicieron pensar, no porque me convencieran, sino más bien porque me reafirmaron en mis convicciones. He de decir también que me sorprendieron. No alcanzo a comprender qué razonamiento los llevó a pensar que un área de descanso sería un buen lugar para convertir a otros ciudadanos a su credo.
Mi vida colegial transcurrió en un colegio de curas, en concreto en el San José de Calasanz de Algemesí. Lo curioso, o al menos lo que me quedó grabado a sangre y fuego en mi pequeña y neófita mente, es que aunque uno se haya cansado de escuchar pestes de los presbíteros, en opinión de un servidor de ustedes y basando ésta en la propia experiencia, no hay refrán más apropiado para hablar de los mismos que aquel que reza ; “de todo hay en la viña del señor”.
Al parecer yo fui agraciado con la cara de la moneda en lo referente a los sacerdotes. Los que tuve como profesores fueron excepcionales. Y tampoco me vi sometido al lavado de cerebro que tanto se les achaca. Por poner un ejemplo los Padres que nos daban dicha asignatura debieron poner un empeño supino en la historia además de en cantar alabanzas y enseñarnos el credo, el padre nuestro y demás oraciones. Lo digo porque si bien es cierto que recuerdo los días en los que aprendíamos el ave maría y las visitas a la Iglesia en Miércoles de ceniza, también lo es que me quedaron grabados a fuego aquellos en los que el Padre Jaime, el Padre Arroyo o el propio Padre Llopis se desgañitaron enseñándonos Historia de las Religiones.
De aquellas enseñanzas me quedaron claras unas cuantas ideas maestras sobre las que he estructurado mi pensamiento. Los curas, aún siendo Católicos Apostólico-Romanos, se empecinaron en que nos quedara claro un punto fundamental; el Dios del Islam, el de los Cristianos y el de los Judíos es el mismo. Con diferentes nombres, cierto, pero el mismo al fin y al cabo. La única diferencia entre las tres religiones estriba en la aceptación o no de según que profetas como mesías.
Por ejemplo, los Judíos no reconocen a Jesús como Mesías, como sí hicimos los Cristianos, y aún esperan a aquel que los ha de salvar de su yugo. Los Cristianos, como he dicho, vimos en Jesús al mesías redentor y a partir de ahí fundamos nuestra Iglesia. Los que profesan la religión Islámica dejaron correr los años y encontraron en el 622 que quien sí debía ser reconocido como mesías era Mahoma. En base a estas tres aceptaciones, la misma religión ha derivado en tres grandes religiones diferenciadas que por obra y gracia de los hombres ha degenerado en guerras, negaciones y genocidios varios. Así las cosas, hemos de reconocer que posicionarse como anti-islamismas, anti-judío o ant-cristiano es poco menos que convertirse en un analfabeto funcional ya que en cualquier caso lo que hacemos es atacar a nuestro propio Dios.
Pero…¿y los que no creemos en Iglesias? Aquí es donde entra la segunda de las grandes enseñanzas con las que me bendijeron aquellos curas. Recuerdo un día en el que el Padre Arroyo nos hablaba sobre la misericordia de Dios y que dramáticamente roló a una pregunta retórica que me haría pensar; ¿si Dios es misericordioso, cómo podría condenar a un judío por su credo si por contra había sido un hombre bondadoso en vida? La respuesta la dejó en suspenso. Supongo que ni siquiera él se atrevía a vocalizarla. A mi entender lo que nos dejó caer como si nada era que daba igual a qué Dios rezara cualquiera, la misericordia se ganaba en los buenos actos y no en los credos.
Supongo que él mismo haría extensible esto a cualquier religión que existe en el mundo. La propia película de “la vida de Pi” ahonda en este tema y nos ofrece una perspectiva muy cercana a la que nos intentaban proponer aquellos curas en la niñez; las religiones no son más que diferentes formas de contar la historia de un Dios. Y Dios mismo no es más que una invención para explicar lo inexplicable (esto es un agregado mío). No digo que no exista ningún Dios, sólo que puede que no sea ni siquiera un ser como tal. Puede que la propia existencia de vida sea Dios en sí mismo.
Los curas me enseñaron muchas cosas. Una de ellas fue esta; pensar por mi mismo.
Creo que has sido un niño afortunado. Otros hemos recorrido el mismo camino intelectual salvando muchos obstaculos.
Un post interesante y ameno.