Siempre que sale a debate aquello de la 'Democracia participativa', de la que Suiza es abanderada destacada en todo el mundo, solemos recrearnos en los aspectos envidiables que a nuestro parecer, desde la perspectiva de quienes sufrimos el parlamentarismo representativo, creemos irrenunciables por todo buen demócrata que se precie. Lo malo, como ha ocurrido recientemente en Suiza, es cuando esa misma utopía democrática en la que nos querríamos ver reflejados, nos lanza un estruendoso rebuzno que nos deja pasmadamente mudos.

Entonces es cuando uno se divierte ante la visión de unos tertulianos en fuera de juego que han de convertir lo que ayer fueron alabanzas en síntomas de decadencia democrática. Es en esos momentos cuando uno no puede más aplaudir a quienes sin reconocer nunca sus errores ponen en solfa los de los demás. Los mismos que añoran una democracia participativa en este país son capaces de limitar esa participación a conveniencia. Y uno, defensor de dicho tipo de democracia, no sabría decir en estos momentos si ellos son una compañía segura en este viaje reivindicativo...

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