Ya estamos en plena Semana Santa. Es curioso la cantidad de sentimientos encontrados que en servidor de ustedes provoca esta semana de pasión, muerte y resurrección de un Cristo en que oficialmente no cree y que privadamente respeta y venera. Curioso es también que incluso para quien tan solo pisa la Iglesia para bautizos, comuniones, bodas y entierros, esta semana se torne un tanto mística, reflexiva e interiormente intensa.
Servidor de pequeño quiso ser cura. Mis profesores lo eran. Y para los ojos de aquel renacuajo que estudiaba en los Escolapios de Algemesí, la vida que éstos llevaban era sumamente atractiva. Eran muy buena gente, respetuosos con sus prójimos, amables, educados y sumamente letrados e inteligentes. Todo lo contrario a aquella jauría de críos malpensados, rencorosos y crueles que me acompañaban en las horas del patio. Supongo que ya adivinarán que precisamente aquellos años no fueron de los más felices de mi vida. No al menos los momentos que pasé en el patio, aunque sí los que discurrieron en la plaza del Dos de Mayo, donde estaban mis amigos y mi casa.
El caso es que aún así, aún habiendo anhelado ser cura de pequeño, aún habiendo sido educado por curas respetuosos, buenos y amables, servidor de ustedes acabó renegando de la Iglesia oficial, pasando así a creer firmemente en la alocada idea de sustituir a un Dios omnipotente creador del cielo y de la tierra, por un extraterrestre, infinitamente avanzado, que depositó en los campos de aquella prehistórica tierra la semilla de la que germinaría lo que hoy conocemos como Homo Sapiens.
Y aún así, aún siendo mis creencias tan contrarias a las que la Iglesia predica, servidor tiende, sin saber muy bien porqué, a defenderla de quienes sin dudar la atacan y ningunean, más con odio rezumando de sus poros, que con visión crítica y constructiva de la obra que genera.
No soy devoto y sin embargo cuando me toca ir a misa callo, respeto y me sumerjo en una miríada de pensamientos propios que me llevan a una introspección interior que difícilmente consigo en otros lugares. No creo, pero sin embargo respeto y admiro a quienes en su lucidez convierten una fe en algo más que una idea de la creación y la transforman en una forma de vida, o al menos en una idea en la que basarla.
Y es cierto, lo reconozco, que a veces incluso quienes se atreven a cantar una saeta al paso de una Virgen o un Cristo crucificados, son santos mientras cantan y demonios cuando la expectación que se genera en torno a ellos se esfuma como se esfuma su voz saetera y se convierten de nuevo en seres normales de los de andar por casa. Incluso a mi, descreído y pasionario ciudadano del mundo, me sobrecoge ese trozo de madera con forma de Cristo mortificado, cuyo único valor aceptable reside en la parte humana que representa, cuando a éste lo acompaña la melodía de una voz saetera que le canta algo precioso al paso andante. Y como todos, como todos los que en ese momento están presentes, me sobrecojo y bajo la mirada al suelo en señal de respeto.
Muchas cosas se dirán se la Semana Santa y la mayoría, por obcecado y cabezota, no las aceptaré. Pero si hay algo que ésta representa y que es justo reconocerle, es precisamente la que dice que en sí misma ella no es más que el recordatorio de que una vez existió un ser humano, la única creo, que pensó antes en sus prójimos que en sí mismo. Y hay que reconocerlo porque en la evidencia está la prueba. No fue rico, no tuvo espada y sobre su idea se creo la todopoderosa Iglesia.
Es Semana Santa y por tanto es momento de respetarnos entre nosotros. Es así de sencillo.
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