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Sintaxis antidemocráticaTweet
Escrito el 13 ago 2013 | Autor: AntonioEZafra
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Antaño, con lo que está pasando en la actualidad de este mísero país, servidor se hubiese dejado las yemas de los dedos en su teclado poniendo negro sobre blanco todo cuanto su mente indignada tuviese a bien imaginar. Sin embargo, ya ven, el blog permanece sumido en un incómodo silencio, sólo roto en ocasiones por posts escuálidos, parcos y simples. Tal vez la razón sea que se nos acaban las fuerzas para expresar lo que creemos, que los políticos nos ganan, nos silencian, nos limitan. Al mismo tiempo los periódicos, en sus versiones digitales, se han tornado en demoníacos foros ultras que atraen hacia sí a la más variopinta y fatal de las especies homínidas que militan u odian a los partidos. El insulto, la vejación, el estereotipo y la simpleza en los planteamientos, han tomado al asalto lo que otrora fuere la cuna de la cultura, el conocimiento y la democracia. Información invadida por la opinión y el sectarismo en la parte de arriba, incluso en el propio título del artículo, y borreguismo disfrazado en multitud de ocasiones de sarcasmo, ironía y falsa modestia en la parte en la que se supone que dialogan los lectores. Un desastre vamos. Así que uno se sume en lecturas constructivas, paseos blogueriles alrededor de su lector de feeds, y monta su opinión a ritmo de tuit. Es más sencillo, menos laborioso y mil veces más reconfortante que escribir un largo artículo que pocos acabarán de leer con una mente sin prejuicios. Pero siempre hay un día en que uno necesita explayarse, sobrepasar la barrera de los ciento cuarenta caracteres del pajarito azul y sumirse en la escritura de un post que, esta vez sí, trata de tomar una instantánea del momento en que vive mi pobre mente calenturienta. Leyendo a Javier Linares en su post de hoy sobre las once leyes del pensamiento sistémico, me dan que pensar tres de ellas.
Esos problemas son el paro y la crisis. Algunos dirían que hay más, pero estos son los que creo nos ocupan a todos los ciudadanos de a pie. La segunda deriva de la burbuja inmobiliaria y la primera de la segunda. La burbuja tuvo como nacimiento aquella ley del gobierno Aznar (que a mi me pareció bien) en la que el suelo se liberalizaba cediendo las competencias sobre el mismo a CCAA y Ayuntamientos. La principal diferencia entre la anterior y la de Aznar era meramente administrativa; se pasaba de regirse por una regulación basada en el suelo urbanizable programado que tenía en cuenta la posible demanda a futuro, a liberalizarlo todo y simplificar el suelo en tres tipos (urbanizable, urbano y no urbanizable) con su consiguiente agilización burocrática. El propio diario El Mundo, como se puede leer en el enlace, advertía de que era posible que dicha simplificación derivara en corrupción como denunciaban los distintos partidos, pero aún así era una solución viable para conseguir el abaratamiento de la vivienda. Las viviendas no bajaron de precio, tal y como podemos comprobar en esta gráfica, pero eso no le importó a los políticos, tanto a los que hicieron la ley como los que negándose a ella la mantuvieron impoluta cuando alcanzaron el poder en el 2004. A partir del 98 el incremento exponencial del precio de la vivienda fue desorbitado. Así que esa primera ley sistémica de Senge se cumple a la perfección en nuestra realidad.
Esta séptima ley sistémica también se cumple. La ley de Aznar se hizo en 1998 y la crisis tal cual nos ha llevado al desastre emergió en 2007, nueve años después. Aún cuando los distintos gobiernos comprobaron que aquella ley del suelo no tenía absolutamente ningún efecto sobre el precio de la vivienda, salvo el de aumentar las ganancias de las constructoras que tenían el suelo más barato vendiendo los pisos más caros, permanecieron en la más absoluta inactividad al respecto alimentando con proclamas partidistas el ingreso en febriles Champions Leagues económicas mundiales que legitimaban salarios desorbitados, endeudamientos familiares exagerados y percepciones erróneas de la realidad económica. Aquella ley del suelo llevaba aparejado el aniquilamiento de la economía nacional tal cual la conocíamos. Una simple ley sobre la que emergieron andanadas de actividades económicas que ofrecieron empleo con visos de futuro certero, pero que escondía una fecha de caducidad aterradora; el pinchazo de la burbuja. Centenares de miles de estudiantes salieron de los institutos para ganarse el pan en cualquier trabajo que desde el principio te daba mil euros. Estudiantes que más tarde lamentarían haber corrido en pos de ello mientras hacían cola en el INEM. También esta séptima ley se cumple en ellos. Abandonaron los institutos a finales de los noventa y ahora al principio de los diez lamentan su falta de cualificación. Decisiones que diez años más tarde caen como losas a las espaldas de ciudadanos de treinta y cuarenta años, con familias constituidas, que ven impotentes cuan oscuro es el futuro que los espera. Ciudadanos que son demasiado mayores para ser aprendices y demasiado jóvenes para sentirse derrotados. Con las complicaciones para recuperar el camino estudiantil perdido de quienes tienen familia a su cargo. Con la sapiencia de que se equivocaron cuando tomaron una decisión intrascendental en su momento, pero fundamental para el resto de sus vidas en el futuro.
Qué les voy a decir de ésta, que es la onceaba. Tan solo hay que leer periódicos, atender a pregoneros y escuchar a estómagos agradecidos. No hay culpa de nada, en nada. O si la hay es siempre de otros. Es el sino de nuestra democracia. La misma en la que la sintaxis es ya más importante que la verdad. Lo demuestra Bárcenas y su estaba o no a la nómina del partido. Una frase del presidente a la que se le saca punta en todas direcciones, convirtiendo lo dicho tanto en una verdad que lo excusa como en la mentira que lo culpabiliza. ¿No formar parte del PP qué significa, que no se tienen funciones, que no se tiene despacho, que no se milita o que no se cobra?¿Cómo puede ser que una sola frase tenga tantas derivadas, tantas mentiras, tantas verdades? En la sintaxis. La peor enemiga de la democracia. La verdadera arma de destrucción masiva de la sociedad alfabetizada. |
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