Con el paso de los años, los partidos políticos han aprendido a jugar con la memoria de pez de los ciudadanos. Con ello han conseguido sacar rédito de los errores de sus contrarios. Han descubierto asombrados que pueden presentarse como solución, aún cuando ellos han podido ser parte del problema original. Han exhibido de manera insultante una inexistente capacidad para la regeneración programática, social y humana, que los ha anclado en un punto indeterminado de la deyección humana. Han convertido algo hermoso y eficaz como lo es la democracia en un cortijo a turnos rodeado de vayas pensadas más para evitar que se salga del cercado que para impedir que se entre en él.

En un mundo ideal imaginado por los actuales políticos, tanto la salida de la crisis como el hundimiento en una continuación asfixiante de la que ya padecemos, darían como resultado su propia perpetuación en el poder. Unos y otros desde siempre se han turnado para gobernarnos. Y aunque haya podido parecer que han buscado la destrucción de sus oponentes con sus acusaciones de corrupción, lo cierto que se han perdonado siempre la vida en el último suspiro. Se han dejado a propósito vías de escape desde las cuales permitir que el partido que había hincado al rodilla en el suelo cogiera el suficiente aire para recuperarse del golpe a tiempo. Han propiciado las bocanadas de aire mutuas necesarias para asegurarse la alternancia.

Tal vez en ese mentado mundo ideal la jugada les saliera tal cual creen. Pero me temo que aún no son capaces de vislumbrar el terremoto democrático que se les avecina. Creo que aún no aceptan que las mayorías consolidadas de las que han disfrutado durante estos años se han hecho añicos con esta última crisis. Que la llegada de las nuevas tecnologías, el acceso ilimitado a la información o la eclosión de las Redes Sociales y la forma en la que éstas han permitido que los ciudadanos interactúen entre ellos, han cambiado radicalmente el presente que aún creen pasado.

En el mundo ideal en el que viven los políticos de hoy en día, la salida de la crisis daría como vencedor a Mariano, del mismo modo en que el alargamiento de la asfixia económica convergería para que Alfredo sucediera al primero. En mi opinión, debido al descrédito al que a diario la sociedad de la información y la tecnología  los someten, dudo que cualquiera de los dos pueda declararse vencedor de nada que no sea el más estruendoso de los descalabros políticos de los que la historia ha sido testigo.

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