Hay veces en las que servidor no puede más que irritarse ante el odioso empecinamiento del que hacen gala los políticos, cuando pretenden ganar razones basando sus victorias en simples y tangenciales batallas, que distan mucho de dar forma a un ideario político profundo que sea santo y seña reconocible de un fondo argumental que permita a una masa ciudadana reconocerse en él con total libertad. Es decir, se regocijan por ganar a sus adversarios la batalla verbal de algo insustancial que la mayoría de ciudadanos aprueba y se olvidan de que éstos, los ciudadanos, normalmente ven más allá de ese episodio. Limitan sus debates a puntos concretos en lugar de encandilar a la ciudadanía con un proyecto de amplio espectro. Se conforman con recoger las manzanas caídas, en lugar de esforzarse por recolectar las que aún están suspendidas del árbol. Debaten a cerca de temas insustanciales y obvian los troncales porque saben de su complejidad y difícil digestión ciudadanas.
Lo he estado pensando mucho durante estos días, y ahora comprendo el porqué de que, aunque servidor no apruebe muchas de las medidas que se están tomando en estos momentos, no pueda cambiar mi posible voto hacia quien hoy de facto parece defender lo que creo acertado. Veo las batallas dialécticas ganadas, los errores compulsivos y las inconcebibles decepciones de los gestores del país, y aún así me es compleja la sencilla posibilidad de un cambio de confianza. No puedo con sus razones de fondo, su ideario, su concepción final del país en que vivimos.
Los idearios políticos suelen tener unos pilares inquebrantables de los que nacen todas y cada una de las pretensiones, incluidas las más banales, que derivan después en un discurso político plagado de propuestas y hechos consumados. Por ejemplo, aquí en Valencia el PSOE se obstina en acercarse al Catalanismo, mantiene una denominación nacionalista para el mismísimo nombre de la Comunidad Autónoma y se obstina en su afán de dejar clara la comodidad en la que vive sabiéndose parte de un partido federalista en lugar de ser un todo con el resto del PSOE del estado. Y no solo eso, actúan como si fueran un PSOE a parte, cosa que no dudo dado el carácter federalista del mismo, y no cejan en su empeño de dejar claro algo que posiblemente no todos los ciudadanos compartan aunque ello sea una cuestión banal; ¿Qué son antes, Valencianos o Españoles, Españoles o Europeos, Europeos o Ciudadanos del mundo?
Para alguien como yo, alejado por supuesto de fragmentaciones y poco dispuesto a aceptar diferencia alguna entre un Aragonés, un Valenciano y un Extremeño, la simple posibilidad de que un voto mío pueda ser tomado por estos como un aval a esa manera de ver el estado, propicia en mi una desenfadada pero reconocible aversión a votar en esa dirección que nada tiene que ver con extremismos ni nada que se le parezca. Lo que no puedo admitir son interpretaciones erróneas de un voto emitido en día de elecciones, que después es utilizado para defender posiciones sobre las que nunca se me consultó. Lo que no quiero consentir es que en mi nombre, y sin posibilidad alguna de desmentido durante cuatro largos años, se mantenga un discurso político que no apruebo mientras escucho resignado que yo, por el voto de aquel día, acepto todo cuanto digan y hagan sus beneficiarios.
Soy un ciudadano del mundo que lucha por encontrar el partido político que no defienda poner más fronteras, sino eliminarlas. Y esa es la razón de fondo por la que aunque el PSOE muriera en un éxtasis de gozo victorioso, nunca podría encontrar mi voto en su urna. Tampoco el PP, que conste, si las cosas siguen como hasta ahora y no adoptan la humildad que se necesita para reconocer los errores cometidos y aceptar responsabilidades políticas. No se trata de PP o PSOE. Partidos hay muchos. Se trata de las razones de fondo que hacen que alguien como yo no pueda, aunque quiera, votar a ciertos partidos.
Hay debates en este país que no se abordaron en su momento y que hoy permanecen enquistados en el mar de fondo político de nuestra nación. Debates que se dejaron de lado en aras de un acuerdo supranacional que derivó en un café para todos que más que solucionar lo que hizo fue aplazar los problemas. Debates omitidos a propósito por los partidos políticos de ámbito nacional, que los nacionalismos periféricos nunca han rehuido y que utilizan como arietes en las batallas presupuestarias para conseguir un reconocimiento mayor por parte de unos partidos que, en esta cuestión sí, tienen secuestrada la voluntad del pueblo con el fin de mantener un estatu quo que los eternice en la órbita del poder.
Son razones de fondo. Cuestionamientos propios que todos deberíamos hacernos. Introspecciones que carecen de maldad alguna y que sencillamente pretenden discernir entre lo que queremos votar y lo que los partidos existentes deciden que votamos.
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