Hace unas semanas un periodista metido a bloguero en paro se dedicó a contar una sarta de mentiras a cuenta de una familia cuyo hijo enfermo había fallecido hacía poco. Da la casualidad de que esa familia era la de Eduardo Zaplana y el chaval el hijo con una enfermedad degenerativa que acabó sucumbiendo a la misma rodeado de sus familiares. Durante semanas el post que insultaba la memoria del chaval permaneció impoluto, aún hoy permanece intacto, hiriendo así también la sensibilidad de quienes quedaron atrás.

El Teleoperador  El hijo de Eduardo Zaplana

Ni la aparición de la madre y la hermana del fenecido rechazando lo dicho en el blog han sido suficiente motivo como para que el susodicho personaje cambie ni una coma del esperpento que escribió. Todo, absolutamente todo el vómito que devolvió aquel día permanece allí para uso y disfrute de quienes sólo de bilis se alimentan. Todo él, artículo y periodista, son un claro ejemplo de la idiosincrasia que domina en estos momentos el periodismo opinativo de este país putrefacto de envidiosos y mentirosos cuchipanderos.

Se ha convertido el periodismo en algo tan despótico, ruin y salvaje, que hasta el desgraciado se vanagloria de haber iniciado aquel chiste tuitero llamado #AtentadoAguirre, al tiempo que para criticar a un compañero de profesión llamado Alfredo Menéndez que trabaja en Onda Cero, decide volver a vomitar sobre su blog mientras hace un llamamiento al director de antena de la cadena para ofrecerse al puesto que ocupa el criticado con una rebaja del 10% del sueldo sin importarle el total del mismo.

Y después dicen que con educación es como se sacará a este país de la ruina. Pues no será con la que le dieron a personajes como ese llamado Teleoperador

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