Hasta que la ley del aborto del PP apareció en los telediarios, servidor fue siempre un firme defensor de la libertad de voto de los diputados. No entendía el porqué de la obligación de seguir una máxima nacida del órgano de dirección de los partidos que convertía a sus diputados en poco más que morralla que rellenaba los escaños de la casa del pueblo. No aceptaba la dictadura que ello suponía. No me gustaba la democracia tal cual se nos pintaba. Y aunque suene contradictorio, tampoco me gustaría que se generalizara aquello del voto con libertad de conciencia si antes no se cambian otras cosas.
El debate que se ha generado en torno a la posibilidad de que los diputados puedan votar en conciencia es si cabe engañoso e interesado. Me explico. La misma falla democrática que se le atribuye a la negativa de que el partido ofrezca la posibilidad de votar en conciencia, se repetiría si una vez otorgados los votos sus dueños decidieran obrar sin que les importara lo que sus votantes prefirieran. O sea, no se puede pedir libertad de voto si antes no cabe la posibilidad de que los ciudadanos elijan directamente a quienes tendrán en su poder la posibilidad de votar según qué cuestiones. La existencia de las listas abiertas vamos. ¿Pero sería ésta una verdadera solución al problema? Yo creo que no. La complejidad y la interminable lista de posibilidades que podrían envenenar una ley es tan arrolladoramente desmesurada, que cualquiera de nosotros se debería tentar muy bien los bolsillos antes de arrojarse a los brazos de la forma democrática más cacareada en cada momento. Cada forma de democracia es válida para un supuesto concreto y en muy pocas ocasiones ésta es aceptable para otro diferente.
Por ejemplo, la libertad de voto está muy bien si está acompañada de listas abiertas y una democracia directa que nos obligue a participar a los ciudadanos casi semanalmente. Sería caro, pero sería la democracia más participativa y real que podríamos tener. Si por el contrario creemos en la existencia de unos partidos políticos fuertes que hagan del voto unánime su ley y reduzcan la injerencia ciudadana a su mínima expresión, esta que tenemos es su mayor exponente. Las dos son democráticamente defendibles, no en vano la segunda basa el voto de sus diputados en sesiones de preparación en los que se debaten las leyes para formar un criterio común que todos respetarán a la hora de ejercer el voto. Ambos dos son ejemplo claro de democracia pura. La primera forma implica a todos los ciudadanos. La segunda delega en los políticos el querer de los ciudadanos.
El problema, creo yo, es que sencillamente no sabemos votar en las elecciones. Damos por supuestos unos valores éticos a nuestros políticos que ellos tardan segundos en tirar por los suelos. Les arrogamos una impermeabilidad ante la corrupción que día tras día adolece de inconsistencia. Pero no solo eso, además caemos en la tentación de creer una obligación lo que la mayoría de las veces gritamos que nos deberían permitir; votar. Nos supone un problema hacerlo cada cuatro años, incluso anualmente si tenemos en cuenta las regionales, locales, europeas y nacionales. Nos atrevemos a exigir democracias directas, dando a entender que ni siquiera tenemos idea de lo que ello significaría. Somos palmeros, veletas que van sencillamente hacia donde lo hacen quienes nos rodean. Pedimos democracia cuando ni siquiera somos capaces de sacrificar unas horas del Domingo para ejercer un derecho que después anhelamos durante cuatro años.
Se puede pedir libertad de conciencia para emitir un voto. Es lo deseable. Pero antes quiero tener la oportunidad de poder elegir quien será el que tenga el privilegio de votar en mi nombre. Con listas cerradas lo lógico es que no se pueda votar en conciencia. Éstas, las cerradas, sirven para armonizar un voto democráticamente. Mientras no existan listas abiertas, lamentablemente el voto nunca puede ser en conciencia. No sería democrático.
A mi no me parece mal que haya libertad de voto, pero que la haya siempre, no para unos temas sí y para otros no. No me puedo creer que todos los diputados del PP piense lo mismo de un tema y todos los del PSOE piensen lo mismo de otro. Igual que tú y que yo podemos unas veces coincidir con el PP, con el PSOE o con Ciudadanos por poner un ejemplo no significa que siempre nos parezca bien lo que proponen sobre todos y cada uno de los temas.
Eso sí, con las listas abiertas las cosas serían mucho mejor, y posiblemente los diputados pondrían más interés en complacer a quién les ha votado.
Por eso digo que aceptando que la libertad de voto debería ser el ideal de cualquier democracia, para ponerla en marcha antes se deberían cambiar algunas cosas; las listas cerradas por ejemplo, pero sin listas abiertas, el ofrecer la posibilidad de la libertad de voto cuando quienes lo van a ejecutar no han sido denominados por sufragio sino más bien por un dedazo interno en el aparato del partido, se convierte en un error que dilapida más si cabe la democracia que pretendemos defender.