No hay nada más triste que contemplar cómo la libertad de expresión mal entendida se torna objeto de debate público. Nada más horrendo que descubrir cataduras morales pestilentes de boca de personas que creías por encima de dicha escoria. Nada mas descorazonador que verse obligado a leer justificaciones de un acto injustificable. Nada más vil que escuchar un 'pero' tras la verbalización de la condena de un asesinato. Si de esta semana dependiera mi permanencia o no en las redes sociales, ésta sería sin lugar a dudas la última que pasara por aquí.

Una vez vi en la red una forma de cambiar el mundo. Hoy creo que su única victoria reside en facilitar el eco de la degradación humana hecha verbo. Desde siempre supe que cualquier frase que contuviera un 'pero' en su ecuador indicaba que lo importante, el verdadero mensaje que se pretendía transmitir, venía justo tras él. Esta semana he aprendido que ese 'pero', además, puede advertirnos de la llegada de un berrido inhumano.

Nunca creí compartir mi vida cibernauta con monstruos. Hoy se que la crueldad es capaz de esconderse tras una conjunción adversativa, igual que la escoria se puede disimular tras un perfil en las redes sociales.