Lo que le ha pasado a Podemos en Llaurí con su representante es normal. Nadie debiera aceptar apoyar a otro por un discurso bonito predicado en el momento preciso. Y menos aceptar que cualquiera que se presente como candidato a representante es válido sin siquiera conocerlo. Es verdad que el oscurantismo que caracteriza a los partidos tradicionales puede y debe provocar rechazo en quienes creemos en una democracia directa, pero también lo es que ese mismo encorsetamiento al que se someten ellos mismos puede protegerlos de espectáculos ridículos como el que la formación de Pablo Iglesias ha protagonizado en Llaurí.

Tiene razón el equipo actual de Podemos cuando se niega a que en la ejecutiva aparezcan miembros designados por sorteo. La misma elección de los simpatizantes de Llaurí anula una de las pretensiones estrella de los partidarios de Echenique.

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