Hay pocas cosas que puedan desanimar a un servidor hasta el punto de pasarse semanas enteras sin siquiera atreverse a abrir el WLW para escribir un post. Una de ellas, que curiosamente es la que ha conseguido convencerme para que retome mi adicción bloguera, es la desazón que producen en los ciudadanos como nosotros los políticos, sus allegados y demás farándula clientelar que tanto y tan bien nos sangra a diario.


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Gürtel, los ERE’s de Sevilla, el campeón de Galicia, el caso Güemes y su más que cogida con pinzas legal compra de una empresa privatizada por él mismo hace casi tres años, los Pujol y sus ITV’s, los Pallerols y Duran’s que dicen no saberse financiados ilegalmente aún quedando aceptados esos mismos términos ante los juzgados, Rato y su ascensión empresarial al más puro estilo cavernario-político, los Baltar’s y sus más de cuatrocientos enchufados.

Si la cosa se quedara aquí, en el simple pillaje de ocasión que ofrece la asunción de una pequeña parcela de poder, la cosa no pasaría a más. Pero es que viendo nuestra corta vida democrática en perspectiva y despojándola de cualquier atisbo de ideario político que la pudiera enturbiar, la cosa, por llamarla de alguna forma, pasa a ser directamente escandalosa.

Verán, Rajoy, en lo que llevamos de legislatura, ha concedido 468 indultos a políticos condenados para que se libraran de su paso por la cárcel. Jose Luís, en sus casi ocho años de mandato, concedió 3378 y Aznar se llevó al palma con sus 5897.

Se riza el rizo cuando uno se fija un poco más en los indultos y descubre que éstos se cruzan tangencialmente en lo que a siglas políticas se refiere. Zapatero indultó al popular Juan Hormaechea, ex Presidente de Cantabria, cuando estaba acusado de prevaricación y cohecho. Rajoy a Josep María Servitje y Víctor Manuel Lorenzo Acuña, ambos de UCD. También Zapatero absolvió a Joan Compolier, de CIU cuando estaba acusado de prevaricación. El mismo Aznar concedió indultos a los responsables de la que se convirtió en su momento en principal arma política contra los gobiernos de Felipe González, Jose Barrionuevo y Rafael Vera, los Gal. Y podríamos seguir durante horas…

El caso es que el mundo en que vivimos se despedaza con cada caso de corrupción que se nos muestra. El descrédito, el hartazgo, la rabia que en el ciudadano producen estos casos de amiguismo, de pago de favores, o de lanzamientos de salvavidas aparentemente desinteresados, pero que vistos unos años después tienen un sentido estrictamente corporativista, no ayudan en absoluto a reparar los sietes que cada caso de corrupción provocan en el traje constitucional que a todos nos une en torno a un estado llamado España.

Y si bien es cierto que los políticos son los mayores culpables de que esto se nos vaya a la mierda por la vía rápida, deberíamos convenir que también lo es la lacra del apostatado político que ya inunda a la ciudadanía. Una cosa es cabrearse con los políticos y mentarlos por el mal del que han de morir, y otra muy distinta desentenderse de la vida política pensando que dándoles la espalda se solucionarán los males. Hay que conseguir que el ciudadano medio, ese que no escucha nunca las noticias, el que defiende que nadie lo representa, el que rechaza la política y la relega a la última prioridad de sus incontables preocupaciones, comprenda que en realidad política es todo.

Que suba el pan es cuestión política. Que lo haga la gasolina también. Que se regulen las huelgas, los servicios mínimos, e incluso que una autovía pase por aquí o por allá lo son también. No hay nada, absolutamente nada de lo que ocurra en nuestras vidas, por muy apostatas políticos que seamos, que no tenga un origen político. Lo explica muy bien esto Jose María Izquierdo en su cuarta página de El País.

Y por eso creo que hay dos responsables máximos de la decadencia en que vivimos; los políticos y aquellos que reniegan de ellos por el simple hecho de serlo. A los demás, a quienes escribimos, leemos y participamos en mayor o menor medida, con mayor o menor acierto sobre ello, nos queda la ardua tarea de discernir entre bueno, malo y muy malo. Y en verdad creo que de lo primero hay poco, poquísimo o nada.

3 Comentarios:

    Pues... que la apatía no le invada, D.Antonio.
    Un saludo.

    El problema es cuando esa decadencia degenera en apatía y de aquí a "bajar los brazos" sólo media un suspiro. A una sociedad que ha tirado la toalla sólo le queda... apagar y encender.
    Un abrazo.

    Pues apatía y resignación es lo que veo últimamente...

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