toros ahogándose Está en estos momentos el PSC justificando la libertad de voto que dio a sus parlamentarios el día de la prohibición de la tauromaquia en Cataluña, con aquello de que no hay nada más democrático que la susodicha libertad para enfrentarse a dilemas que son muy sentidos por parte de la ciudadanía y de los mismos compañeros de partido.

El Presi dice que él votó contra la prohibición y afirma que hubiese preferido que ésta no se produjere y que la muerte de la fiesta, si es que alguna vez tenia que llegarle, se materializara de forma natural, por abandono ciudadano.

Pero es que en la justificación de la libertad de voto es donde está la trampa que no convence, a quienes como yo, se preguntan una y otra vez cuantas de las leyes que se aprueban con su voto reflejan de verdad lo que éste les cedía a los políticos el día de la fiesta democrática.

Un voto no es en blanco nunca.

Éste se otorga en función del programa político que el señor que lo pretende ofrece en la campaña electoral. Se votan unas siglas, un ideario, una hoja de ruta inquebrantable que nos sirve a los ciudadanos para sentirnos más o menos identificados con tal o cual partido.

Un voto al PP no se ofrece para que éste, como por arte de magia, decida apoyar la escisión de un territorio Español. A eso se le llama fraude electoral. Ya se que es un ejemplo exagerado, pero es el que se me ocurre para no entrar en otros debates de fraudes electorales que otros partidos han protagonizado en esta legislatura y que nada tienen que ver con el tema sobre el que pretendo profundizar hoy.

Se supone que uno vota a un partido según las singularidades de éste le son más o menos cercanas.

Es imposible coincidir con todas las tesis que un partido político maneja y por tanto la elección de éste se suele basar en la legendaria ley de vida que reza que se elige al menos malo de todos. El partido elegido siempre acabará teniendo supuestos que no serán de nuestro agrado pero que deberemos aceptar, tanto en cuanto éstos se presentan a las elecciones en unas listas cerradas que nos impiden modelar al mismo a nuestro gusto.

Y es aquí, justo en este punto, donde está el problema de lo ocurrido el otro día en el Parlamento Catalán.

Allí hubo un par de centenares de Señorías que se otorgaron el poder de finiquitar una fiesta bajo la aureola de su representatividad parlamentaria de la ciudadanía. Falsa representatividad si como acabamos de decir, ésta decisión no se encontraba entre los ideales, programas o siglas de éstos.

Falsa ya que quien hace cuatro años voto a los susodichos parlamentarios ni se imaginaba que esto pudiera llegar a darse en la vida. El votante aficionado a la tauromaquia que haya tenido la mala suerte de haber votado a uno de los que lo hizo en contra de la misma se debe estar revolviendo de indignación en su sillón de casa. Eso sí, si es que no es de los que tienen unas convicciones como las de los Hermanos Marx.

Nunca se debería votar en pos de una libertad que para nada hace partícipe de ella al propio ciudadano.

Cuando un tema como este se persona en el debate político, su resolución debería someterse al sufragio universal. Puede que un votante de ERC, del PSC o del mismísimo CIU estuviere en contra de la ilegalización de la fiesta nacional. Y es más, hasta puede que otro del PP o de Ciudadans lo hiciera en contra.

Uno no es del PP y además fascista, centralista, anticatalán y antivasquista.

Puede que lo sean los que lo representan tras la decisión que tuvo que tomar a la hora de efectuar el voto, pero no él. Como tampoco un votante de CIU tiene que ser un independentista liberal que cuenta la monedas de su bolsillo antes de ofrecer una opinión sobre cualquier tema.

Puede que el votante del PP sea un tipo al que no le gusta el nacionalismo, o que se siente defraudado por la ley d´Hondt que reparte su voto entre quienes para él no lo merecen. Puede que sea un tipo al que no le gusta en demasía la tendencia de la izquierda a teatralizar todo aquello que toca. Puede que hasta sea un tipo que acepte las autonomías pero a las que ve con demasiado poder en estos momentos.

Y puede que el votante de CIU sea un tipo que no siente de verdad la necesidad de imponer un idioma. Puede que tampoco vea necesidad alguna en eso de tener que demostrar día tras día que se siente Catalán. Puede que hasta sea un tipo que le guste el Madrid.

Sus votos no los hacen a ellos, sino que simplemente los ofrecen para que los políticos los utilicen en su nombre.

Y cuando un político se arroga para sí la razón de la cantidad de votos que le sustentan para tomar una decisión que va contra natura de su propio ideario, programa o sigla de partido, lo que hace es, ni más ni menos, que cometer un fraude electoral en toda regla.

La libertad de voto, en todo tema que se arrope bajo la soberanía popular, está fuera de lugar en cualquier caso. Si los partidos son homogéneos a la hora de ser votados, éstos están obligados a mantenerse del mismo modo a la hora de emitir sus votos.

Y ahí radica la mentira que dice ahora que la soberanía popular ha prohibido los toros.

No señores, los han prohibidos dos centenares de personas con sus votos particulares, no la ciudadanía. Una ciudadanía, ésta sí, que se ha visto obligada a soportar la vergüenza ajena que produce el ver tanto periodista apostado para transmitir la noticia mientras otros temas, sin duda mucho más importantes que éste, pasan inadvertidos para la totalidad de la plebe.

Pd: la foto del principio es cortesía de Marcelino Madrigal.

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