Cada año servidor, y seguramente todos ustedes coincidan conmigo en esto, se ve apabullado por decenas de artículos que redundan en la no celebración de las fiestas navideñas. Al menos, no en su vertiente religiosa. Como las lluvias en Abril, nunca son fortuitos nuestros encuentros con dichos sermones, aunque no por ello dejan de ser desconcertantes. Son reiterativos en cuestiones que para nuestros adentros ya tenemos claras. Difícilmente vamos a cambiar de opinión al respecto. Poco más que lo único que se puede conseguir con dichas redacciones es un encontronazo con los lectores. Una parte al menos. Incluidos, y me pongo en primera fila, quienes sin tener a día de hoy muy claro si lo son o no, carecemos de la necesidad de avasallar a quienes sí lo son por convicción. Por supuesto tampoco respecto de los del otro lado.

Cada año servidor se empeña en hacerse las mismas preguntas. Y cada año, servidor como la inmensa mayoría de la humanidad, continúa sin encontrar su particular respuesta. Tal vez sea ello porque la respuesta, dentro de la simplicidad del concepto, constituya uno de los más complejos enigmas a los que la humanidad se enfrentará jamás. Tanto si existe Dios como si no, el hombre vivirá del mismo modo. Pero cuando la llegada de la muerte está próxima las cosas cambian. Ya no son tan seguras las certezas. Ya no hay consuelo en el ateísmo. 

Supongo que para quienes no crean, los momentos anteriores al fenecimiento deben ser los más angustiosos de toda su vida. Y aunque consigan llegar con la convicción intacta hasta el final, hasta esos segundos antes de saberse cercanos a la respuesta de la mayor de las preguntas de la humanidad, la sapiencia de que nunca podrán volver para contarlo, con un Dios de por medio o sin él, debe ser enloquecedora. Vivir a sabiendas de que la única meta es un final tan concreto e indefectiblemente invariable es posible. Enfrentarse a ese final sin anhelar haber estado equivocado toda esa vida, improbable. Y ahí creo que tiene ganada la batalla la Fe.

A mi particularmente estas preguntas no han hecho más que complicarme las respuestas. Yo llegué a la conclusión, viendo la complejidad del universo que nos rodea y atendiendo a la evolución de las especies del único planeta con vida que conocemos, de que moriría sin saber a ciencia cierta cual era la respuesta verdadera. Ni siquiera la llegada de un platillo volante a la Tierra me serviría para acotar las variables de dicho pensamiento, sino más bien las contrario, las multiplicaría. Si fuimos creados por alienígenas, ¿quién los creó a ellos? Y si no lo fuimos, ¿cómo es que los escarabajos siguen siendo escarabajos tras tantos millones de años de existencia? 

En esta segunda pregunta, para los que no sepan leer entre líneas, va implícita una falla en la teoría de la evolución. La no existencia de extraterrestres no implica que Dios exista. Podríamos ser también la primera civilización del universo. Por poder podríamos suponerlo, e incluso nadie nos lo podría negar. Y así se podría explicar que no encontráramos vida y seguir manteniendo que Dios no existe. Seguiríamos esperando respuestas de una teoría. 

Como teoría, la del Big Bang es la más extendida para explicar el universo. Ni siquiera la Iglesia la desecha puesto que tiene margen para poner a Dios en el centro de la creación. Al fin y al cabo alguien debió de hacer petar aquella molécula para que explosionara el universo entero en expansión. Más complicado es añadir el Big Crunch. Big Bang y Big Crunch alternos. Uno después del otro en una secuencia infinita. Y después de aseverar eso, una sencilla pregunta que seguiría sin respuesta ¿Cuantas veces habría ocurrido cada uno de ellos a día de hoy? Otro callejón sin salida. Con o sin teorías las respuestas nunca serán claras.

Supongo que tanto los que creen como los que no, sencillamente han puesto un fin distinto en sus prioridades. Vivir sin miedo ni ataduras esperando ser consecuentes en su último aliento. O vivir esperando la eternidad rigiéndose por lo que un libro dice. Ambos dos pensamientos esperan sin remedio el encontronazo con la verdad. Una verdad de la que nunca seremos partícipes. Una verdad que acabaremos por desentrañar tanto si queremos como si no. 

Personalmente creo que es mejor vivir y dejar vivir. Intentar hacer las cosas bien sin pensar demasiado en la muerte. Olvidarla hasta que su llegada sea irremediable. Enfrentarla y decidir en el último segundo según nuestra experiencia personal. ¿Para qué entonces malgastar tiempo en atacar a unos y otros? Yo prefiero abstenerme de leerlos. Me quedo con mis pensamientos, mis certezas y todas las dudas que las preguntas me permiten abarcar.

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