A veces pienso que estamos condenados a vivir en un déjà vu perpetuo. Un día de la marmota interminable. Un desolador futuro repetitivo en el que lo normal es descubrir la penicilina cada cinco o diez años. Uno puede comprender que el ciudadano de a pie caiga en esa reiteración sin turbarse lo más mínimo. Lo que no llego a concebir es que esa falla sea cometida por quienes se supone nos han de llevar al conocimiento de la actualidad. Me recuerda el artículo de Rosario G. Gomez para El País, a aquellas disquisiciones blogueras que antaño super poblaran los contenidos de la blogosfera con idealizaciones, debates y convicciones etéreas que nada, salvo autobombo, concedieron a dicha comunidad cibernauta.

En ese mismo periódico, Juan Luis Cebrián publicaba el 4 de Mayo de 2012, una cuarta página en conmemoración de los 36 años del nacimiento de dicho medio, en la que abogaba por la necesidad de un periodismo que pudiera ejercer de filtro entre la noticia veraz y el flujo de información sin contrastar que la Red podía proporcionar al ciudadano anónimo. Un periodismo profesional que ejerciera de policía de tráfico en la información. Una especie de marca de calidad que permitiera al ciudadano poder confiar, a su visión, ciegamente en que lo leído era verdadero. Pedía rigor y transparencia en el periodismo y lo emplazaba a suplir el liderazdo que se estaba demostrando inexistente entre los políticos.

Rosario reflexiona hoy sobre la necesidad o no de la opinión en el periodismo. En ese mismo artículo Ana Azurmendi, profesora de derechod e la información de la Universidad de Navarra, expone de forma magistral cómo de infructuoso podría llegar a ser el intento de sesgar la opinión de la información con un simple planteamiento; "las imágenes que acompañan una crónica, los hechos que se seleccionan en ella, su secuencia, la manera de contar, son el rastro personal-subjetivo de quien relata", mientras que Elena Real, vicedecana de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, establece unos parámetros claramente encontrados; "El periodista y el periodismo solo pueden ser militantes en lo que concierne a los derechos humanos. Lo demás sobra. Obviamente, en géneros como la opinión, uno puede ya retratarse ideológicamente, sin faltar al respeto ni mentir sobre lo que conocemos. En la información, jamás".

La diferencia temporal de los artículos de Cebrián y Rosario dista de poco más de año y medio. A ellos dos les podríamos sumar centenares de artículos de otros medios que han divagado inútilmente en la misma retórica. Tal vez nos hubiesen podido ahorrar tanto autobombo con la simple lectura del artículo de Jordi Pérez Colomé para Jot Down titulado "Por un periodismo sin rollos". Como dice Jordi; "El periodismo seguirá; los rollos de los periodistas son solo una parte insignificante".

En mi opinión, la guerra entre los defensores del periodismo edulcorado y quienes creemos en la información plana seguirá por los eternos. Cada cual conseguirá mantener intactas sus razones por muy elocuentes que sean las pruebas presentadas por su contrincante. Continuará, y perdónenme ustedes por la metáfora, como esos dos millones y poco de Españoles que realmente son decisivos en las elecciones. Dos millones y poco que varían su voto en función de lo que ven y que no se lo otorgan al partido político de turno como si de un equipo de fútbol se tratara. Esos dos millones de ciudadanos que han puesto y quitado gobiernos de verdad en esta pequeña democracia Española.

Eso sí, me desconsuela, como he dicho al principio, que estas divagaciones puramente onanistas hallan llegado a transformarse en artículos de periódico situados al mismo nivel que cualquier cosa que pueda ocurrir alrededor del mundo.

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