Es complicado comenzar a exponer un concepto cuando no se tiene ni remota idea de cómo abordarlo. También es culpa de ello el que en este blog las opiniones se demoren ya tanto en el tiempo. Que se haya acabado consolidando lo que antaño no fue más que un futurible con pocas posibilidades de hacerse realidad. Al fin y al cabo las opiniones que no se vierten en el momento en que nuestras cabezas las paren, suelen quedar relegadas al propio olvido por la sencilla razón de quedar obsoletas ya no sólo para nosotros mismos, sino también para quienes pretendemos que las atiendan.

Dicho esto, confieso que continúo sin saber cómo abordar lo que pretendo comentarles. El caso es que desde hace semanas me revuelvo inquieto al advertir que finalmente nuestra sociedad se ha convertido en una marabunta de seguidores cegados por el populismo callejero. Nos hemos convertido en ciudadanos que aceptan medias verdades sin pestañear, enarbolan banderas impostadas y gritan consignas aprendidas a la carrera por la mera razón de sentirse parte de algo mayor que su propia desgracia.

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No los culpo. Cuando una persona se hunde sin remedio en la desesperación y asiste horrorizada a la inoperancia de quienes le deberían socorrer, lo menos que se le puede permitir es que levante los brazos e intente asestarle a quien lo decepciona un mandoble angustiado que alivie su pesadumbre. Se le debe permitir que se cuestione sobre cómo está regido. Que se pregunte quienes viven gracias a él. Si está dispuesto a seguir consintiéndolo. A que se exaspere, y en un acto de impotencia, se abrace al clavo ardiendo de la desobediencia civil.

¿Pero son todos los que hacen esto hoy, ciudadanos de esos que acabamos de describir? Yo creo que no. Hay muchos que simplemente están ahí porque quienes gobiernan no son los suyos. Otros están porque simplemente ven una oportunidad de liberar su rabia sin que existan consecuencias. Otros, los más, se sienten obligados por la solidaridad. Y son esos, los últimos, los que más preocupan a un servidor de ustedes. Porque estos son ciudadanos honestos que creen, por puro seguidismo, que su deber es soliviantar a quienes los representan con escaramuzas y griteríos. Está bien posicionarse en favor de los desfavorecidos, de las verdaderas víctimas de la crisis, pero creo que nos sobrepasamos si al hacerlo violamos los derechos de otros.

Los escraches se acaban. Lo ha anunciado la PAH debido a que el PP ya ha dado carpetazo a la reforma hipotecaria. No acaban con ellos porque reconozcan que fueron un error. Los finiquitan porque han perdido la batalla. Y tras ellos esa miríada de ciudadanos queda sin su válvula de escape para la ira. Una miríada de ciudadanos que, y por eso me preocupan, aceptaron que lo justo era liquidar los derechos de otros sencillamente porque les convenía. Ciudadanos que se arrogaron el derecho a decidir qué derechos tenían otros sin que nadie más que ellos mismos y quienes los instigaban tuvieran voz y voto.

Son esos ciudadanos los que quedan. Esos los que han demostrado que cuando la desesperación cunde, cualquier remedio por antidemocrático y pavoroso que sea es aceptado como si tal cosa. Arropado sin lugar alguno para la reflexión. Ciudadanos carentes de ideas propias que vayan más allá de un relato ya inventado por otros. Versados en el arte de repetir hasta la extenuación lo aprendido sin reparar en lo que se vocea. Autómatas caídos en el error de creerse lo que les cuentan sin más cuestiones que las de los titulares expuestos.

Titulares. Al fin y al cabo los ciudadanos ya hemos pasado a ser lectores de titulares. Lo decía el otro día Juan José Millás, “el periodismo ha abandonado la calidad en la escritura y eso convierte al público en un lector de titulares”. La sentencia en sí es aterradora. La desgana de unos convierte a los otros en palmarios analfabetos andantes. El caso es que la culpa vuelve a ser finalmente del periodismo. Es el deja vú particular de un servidor de ustedes. Periodistas que abandonan la buena escritura para adherirse al placer del titular asombroso. Aleccionados en su más tierna infancia por profesores que ignoran lo que se supone deben enseñar en clase. Paladines selectos de la ignorancia supina que alcanzan el título universitario por pura cuota anual…

Me preocupan esos ciudadanos. No tanto los políticos, que juegan sus cartas como mejor creen. Al fin y al cabo vivimos en un país en el que el marujeo sigue siendo lo más visto en la tele a diario. ¿Qué podíamos esperar entonces de la ciudadanía?

1 Comentarios:

    Sinceramente, no creo que la gente que apoya estas iniciativas este en los escraches por que no gobierna el psoe.

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