¿Saben? Siempre se ha dado por sentado que en el centro político reside la virtud ciudadana. Ese lugar que de forma indiscutible hemos designado como residencia natural de los demócratas. Lo complicado está no tanto en alinearse en torno a él, eso es sencillo, sino más bien en encontrarlo informativamente hablando. Ya saben, no es lo mismo declararse de centro que informarse tomando como sino dicho lugar, entre otras cosas porque como tal, dicha residencia no existe en el espectro informativo.

Uno puede rebanarse los sesos buscando un medio que se establezca claramente en el centro durante años y acabar declarando que dicho centro no es más que una utopía más de las muchas que pueblan el imaginario ciudadano. Encontrarlo, descubrirlo, atisbarlo si quiera, es un imposible semejante al de vislumbrar la nitidez de una imagen tomada por una cámara desenfocada. Seremos capaces de adivinar algunas líneas maestras que nos ofrezcan una imagen borrosa, pero nunca alcanzaremos a disfrutar de la fotografía en todo su esplendor.

El centro político es como aquel último bocado del bocadillo que da sentido al resto ya ingerido, que queda sumergido accidentalmente en un charco de agua derramada de un vaso volcado por error sobre el plato en el que reposaba. Un suculento bocado de imposible disfrute que nos deja la terrible sensación de no haber podido culminar con el orgasmo onanístico del crujir del pan en el último mordisco. Un robo en toda regla que nos aparta del delicioso clímax papilo-gustativo que da sentido al rito de la comida.

El centro político informativamente es un mito, una leyenda urbana que todos nos encargamos de alimentar con la vana pretensión de descubrirlo accidentalmente. No es necesario perder más tiempo en ello que el necesario para cerciorarse de que nos es imposible dar con él sin ayuda. Otra cosa es a quién le pidamos la ayuda para ese menester…

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