Escribir ya no es lo que era. Antaño suspiraba por enfrentarme al ordenador. Hoy en día podrían pasar semanas enteras sin acordarme de éste rincón y ni siquiera sentiría el más mínimo remordimiento por ello. Puede que la culpa de ello sea que al final haya comprendido que la más de las veces lo mejor es callarse las opiniones propias. Dejar que los demás deambulen alocadamente por sus atribuladas idas y venidas. Comprender que por muy bien escrita que esté, mi palabra no es más que otra de las millones que habitan en este inmenso mundo.

Uno lo ve claro cuando por casualidad se detiene a leer los comentarios que acompañan las noticias de los diarios. Cuando escucha a la gente del pueblo llano expresarse en la radio y rezumar ese tufillo inequívoco a loro que exhalan con cada frase aprendida. Cuando adivina entre líneas la confesión nunca reconocida de quienes no saben más que jugar con las ideas de la ciudadanía. Es un sinsentido. Una especie de orgía de la opinión la que nos ha arrebatado la conversación que antaño conocimos y que aún hoy no alcanzamos a añorar.

La revolución de la blogosfera que hace unos años tanto cacareamos se ha quedado en una simple panfletada. No somos ciudadanos libres que opinamos sin miedo. No. Somos altavoces, copypasteadores dospuntoceristas de las ideas de los partidos, de sus medios de comunicación, de sus aparatos. Quisimos reconvertir la opinión y no hemos conseguido más que formar parte activa de la misma renunciando a la imparcialidad. No hay más que leer este blog o cualquiera que se les ocurra, todos huelen.

Recuerdo cuando la blogosfera era opinión. Hoy en día esos recuerdos se me difuminan y ya no se si alguna vez existieron de verdad.

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