Hace no muchos años, cuando servidor se encontró con los blogs por primera vez, se llegó a burlar de los que en aquellos días proclamaban que las bitácoras, las Redes Sociales y las herramientas dospuntoceristas en su conjunto, llegarían a cambiar el mundo en que vivía. En aquellos años, seis o siete, los blogs estaban participados por ciudadanos que hacían de hablar de sí mismos una religión. Días aquellos en los que palabras como ‘nicho’, por sus connotaciones profesionales, estaban mal vistas. Años en los que las bitácoras proclamaban que la publicidad era mala malísima. Años en los que se comenzaba a creer en un mundo globalizado que hiciera de la libertad de opinión algo más que la posibilidad de leer dos o tres periódicos de diferente cariz ideológico. Años, en definitiva, en los que soñar era algo gratuito que nos permitía incluso fantasear con una posibilidad bohemia que hiciera virar nuestro mundo oscuro, gris y cerrado, hacia un lugar mejor para todos.

Tal vez lo único que pudo hacer que este mundo, del cual yo me burlaba, pudiera comenzar a conseguir el objetivo que tenía marcado genéticamente, fue el que supuso quitarse la losa de los prejuicios comerciales a los que con tanto ahínco había combatido. Ya saben, la muerte del búho y esas cosas. Permitirse a sí mismo crecer, hacerse adulto, sacarse complejos y competir en igualdad de condiciones con quienes más tarde sucumbirían a la evidencia y la inmediatez del mundo dospuntocerista. Transformarse para pasar a convertirse en embriones de lo que al final acabará convirtiéndose en una blogosfera profesional, que sin duda alguna, siempre necesitó de un primer paso, una condición necesaria; la inclusión de unos ingresos económicos que aún hoy en día son insuficientes para la autosuficiencia, como bien dijo Fernando Tellado hace unos días en las entrevistas Netambulianas de Juanan.

Hoy en día aún no existen los blogs económicamente autosuficientes. No hay bloguer que pueda decir abiertamente que se puede permitir vivir de su trabajo. La mayoría de los que lo han intentado han fracasado. Y esa mayoría es la que a día de hoy hace de los cursos dospuntoceristas y las charlas en convenciones un pedestal desde el que mantener su estatus de gurús de la blogocosa. Ya saben, continuemos hablando de nosotros mismos, generando nuestro propio contenido y rumiando durante años los mismos pastos que nos vieron nacer, hasta que podamos permitirnos salir de la bolsa marsupial en que sobrevivimos para existir por nosotros mismos sin cordón umbilical alguno que nos asista.

Por aquellos años, esos de los que hablábamos antes, participar en las Redes Sociales de la época; Live Spaces, MSN anteriormente, y demás plataformas que ahora no recuerdo, estaba más que mal visto. En ellas había publicidad y eso iba contra los cánones del buen bloguero, de su libertad para criticar, e incluso de su credibilidad para opinar. La Redes Sociales estaban, por decirlo de una forma suave, estigmatizadas por algo que más tarde se convertiría en primordial a la hora de hacer creíbles algunos proyectos que después sí cambiarían el mundo. Eran algo residual, mal visto y como ha demostrado la corta historia cibernauta, profundamente necesarias para la eclosión de este mundillo en la vida real.

A día de hoy lo que antaño era un sueño lo continúa siendo, pero con una salvedad, el mundo dospuntocerista ya no se reduce a los blogs. Hoy en día herramientas como Twitter han conseguido, con sus anteriormente por mi criticados ciento cuarenta caracteres, lo que millones de posts no hicieron nunca; la participación de periodistas y políticos en una conversación multinivel en la que cualquiera puede participar. Herramientas como ésta, o Facebook en mucha menor medida, han permitido a la ciudadanía conversar, aunque el concepto real de esta palabra no sea aplicable en su totalidad, con quienes hasta ayer eran los padres y madres de la opinión.

Políticos y periodistas se han visto obligados a participar en una conversación global de la que siempre huyeron y renegaron. Puede que sea cierto que conversar no sea exactamente lo que hacen, pero se exponen en verdad con sus comentarios al juicio inmediato de las masas en un medio que no controlan y que a día de hoy es capaz de tumbar reputaciones a base de RT’s y hasgtags.

Ahora a los padres del dospuntocerismo nos queda sólo una cosa por hacer; aprender a opinar y sobre todo desprendernos del resto de tópicos que puedan lastrar el crecimiento. Yo no podré hacerlo nunca porque, como dije al principio de mi pequeña historia dospuntocerista, no aceptaré dinero por lo que escriba o deje de escribir por estos lares. Se tienen las herramientas y las posibilidades necesarias para hacer de este mundillo el parlamento mundial que siempre se soñó. Ahora solo nos queda dejar de ser niños, apartar de nosotros aquel cáliz en forma de seguidismo del que seguimos viviendo, y aprender a batir las alas en un mundo en el que el blanco o el gris no son más que dos extremos de un universo de grises que es en verdad el mundo del que venimos.

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