Tanto mentar la soga estos días y ahora, cuando me la presentan en casa sabiéndome yo el posible ahorcado, me tiemblan las piernas de terror y me flaquean errando en su función de mantenerme erguido. El sudor frio me congela los intestinos, inmovilizándome de pies y manos para huir, escapar, o repudiar la realidad caprichosa que desde hace unos meses nos persigue, burla e incomoda a todos los Españoles. Hoy, cuarenta millones de sogas se han colgado del travesaño de nuestras viviendas. Cuarenta millones de sogas que esperan un cuello que estrujar y que, como siempre, hemos colgado nosotros a sabiendas que un día, no muy lejano por lo que parece, las pudiéramos necesitar. Sogas fabricadas con la ignorancia de nuestros votos. Con la apestosa manía que nos hace ponernos del lado de alguno cuando no deberíamos estarlo de nadie. Con rencor, desasosiego y podredumbre.
Estamos rescatados bancariamente y ahora ni siquiera acierto a decir nada. No se si reírme o llorar, si entregar la cartera o esconderla, o si poner la boca o el culo. Cuarenta millones de ciudadanos deberíamos estar en esta tesitura. Sin embargo más de la mitad ríe y frota las manos. Brinda ante el fracaso de su enemigo y lo pone en evidencia, sin darse cuenta que con cada carcajada la soga les aprieta más fuerte y el banco sobre el que apoyan los pies se inclina sin remedio.
Perderemos el equilibrio en cualquier momento. Y cuando eso ocurra, cuando nuestros pies no encuentren reposo en ninguna parte y nuestro cuerpo se balancee colgado de nuestro cuello con las uñas arañando la soga que nos estrangula, comprenderemos que nada de lo que pudiéramos haber hecho nos habría salvado del inevitable destino que nos aguardaba al doblar la esquina. Entramos en la casa del euro con paso seguro, pisando fuerte y creyéndonos capaces de comernos el mundo. Y es el mundo quien, con un mordisquito de nada, con un simple marcado de dientes, nos ha provocado una herida infecta que nos carcome desde dentro, que nos envenena, sin que exista antídoto que nos evite la gangrena que seguro nos pudrirá la carne.
Da igual. Nos desangramos en este momento y la razón ya no vale nada. Da igual quien estuviera acertado y quien no. Quien supiera como arreglarlo y quien lo impidiera. Ya nos balanceamos con ojos inyectados en sangre, mientras nuestros esfínteres flaquean esparciendo mierda a diestro y siniestro al son del acompasado movimiento de nuestros cuerpos suspendidos de la nada.
Nos hemos ido, volado, fenecido. Hemos fracasado como ciudadanos. Ya solo nos queda resignarnos y aprender, recordar más bien, para que en el futuro quienes nos han traído a este fatídico punto no puedan ejercer más su influencia sobre nosotros. Para que mañana, cuando en nuestra vejez nuestros nietos nos pregunten o pidan consejo, podamos decirles sin miedo a equivocarnos que nada de lo que nos cuenten un político, o un periodista de opinión, será cierto.
Para que nos tengan como ejemplo de lo que nunca hay que hacer como ciudadanos.
Esto nos va a doler.
ya lo hace amigo mio...