En semanas como esta que hemos pasado, servidor recuerda vivamente todos aquellos comentarios y loas al entonces Alcalde de Madrid con motivo de su, en aquellos tiempos, más que demostrado centrismo reverente que tan en contra de la línea del partido marchaba y por el que se ganó más de una amistad del otro lado de la bancada del Congreso. Gallardón fue, para ellos, un verso suelto del partido contrario al que siempre convino otorgar altavoz y tribuna propias por la disonancia que su discurso producía en la oposición. Un hombre progresista donde los hubiera que ofrecía, siempre a ojos de quienes no comulgaban con el Partido Popular, la posibilidad de construir una formación conservadora que se alejara definitivamente de aquel mundo que ellos mismos bautizaron civilmente como ‘caverna’. Una esperanza viva y progresista en su medida conservadora, que dilapidaría a una corriente más sectaria y retrógrada que representaba un Rajoy aspirante a presidir el Gobierno de España y que, como buen Gallego, nunca dijo esta boca es mía en cuestiones peligrosas y disimuladamente preparó su venganza para con un entonces Alcalde que se le subía descaradamente a las barbas y zancadilleaba su escasa credibilidad ciudadana.

Cien días le han bastado a Gallardón para dar y quitar razones. Cien días para eliminar de la ecuación a un tipo descaradamente engañoso disfrazado de progresista. Cien días en un Ministerio para que millones de ciudadanos ateos hayan acudido a misa para dar gracias al Señor porque éste no escuchó sus súplicas. Cien días en un Ministerio desangelado por su falta de competencias, que ha derivado en un terremoto civil de casamientos ante notario, carnets de mujeres y tasas para recurrir las decisiones judiciales.

Supongo que finalmente lo de casar a homosexuales no fue más que una simple treta política para pasar ante los ojos de los izquierdosos por el más progresista de los derechosos del país…

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