Escribo esta entrada desde el asiento de autobús que una servicial azafata de la Estación de Autobuses de Zaragoza me ha asignado este medio día para permitirme viajar a Valencia. Sí, por extraño que parezca, esto, lo de viajar arrastrado por otros, no es nada frecuente para un servidor. Por ello se me hace extraño no solo viajar de esta forma, sino también hacerme a la idea de ello.

El problema de ser un conductor profesional, en el sentido más peyorativo del término, es que siempre que se te presenta una situación de este tipo tiendes a especular sobre la valía del conductor, su destreza al volante, sus reflejos, y dado que tu trabajo es justamente ese, conducir, acabas descubriendo defectos que incluso tú puede que tengas, pero que dado que no te analizas a ti mismo, nunca llegas a descubrir hasta que te los presentan.

Pero no era de esto de lo que quería hablar, si no de lo que representa para mi estar en un lugar como este.

Tienen que comprender que me paso la mayor parte de mi vida sentado tras un volante, sin compañía física ninguna salvo las de las voces de quienes me llaman por teléfono, normalmente jefes y clientes que solo se dignan a dar señales de vida para amargarte la propia, y los locutores de las radios que vas sintonizando de forma condicionada a causa de los accidentes geográficos que la carretera presenta y seleccionando música o tertulia según sea el estado de ánimo de uno.

Pero aquí en el autobús el viaje es diferente. Nadie te llama para darte prisas, entre otras cosas porque no eres tú el responsable de la velocidad, y el viaje se torna placentero y tranquilo.

El caso es que en el autobús, además de aprender a tomarme el viaje de otra forma más pausada, estoy aprendiendo a compartir la carretera con otros que poco o nada saben de ella. Por ejemplo, a mi lado una mujer ha preguntado si habíamos pasado Alcañiz y nadie, salvo evidentemente servidor, ha sabido responderle. Y se ha generado una familiar situación para mi, ya que ha comenzado un debate sobre las autovías, las carreteras y cómo debía ser antes viajar de aquí para allá sin ellas, con personas que posiblemente nunca se habrían planteado un tema como éste si no hubiese coincidido que en la conversación salió a la luz mi actividad profesional.

Aquí he presentado yo mis respetos a las autovías y he recordado mi querencia por las serpenteantes sendas que antiguamente eran plato de todos los días de los antiguos y verdaderos aventureros de la ruta, y he decidido que si es cierto que las prefiero sinuosas, serpenteantes y poco invasivas para las montañas, para ser llevado prefiero autovías sin puertos, rectas interminables y a ser posible un historial completo del conductor que tendrá que afrontar la ardua tarea de llevarme de paquete.

No es que esté teniendo un mal viaje, es que simplemente ni me fio ni soy de fiar en lo que a conducir se refiere. Por cierto, el conductor que hace la ruta de Zaragoza a Valencia en la empresa Autobuses Jiménez los Miércoles a las 15:30 es magnífico. Espero que siempre que me tenga que desplazar de esta forma él esté aquí para hacerme de chófer.

Un saludo.

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