Pasa el tiempo y los temas escabrosos que rodean a la Red de redes, pedofilia, pederastia, anorexia y bulimia, continúan tal cual los descubrimos un día hace ya años. Y lo que es peor, acentúan su nocividad en la misma proporción en que aparecen más puntos sociales con los que “compartir”, cuando no “traficar”, con imágenes y vídeos.

Pasan los años y lejos de estar más cerca de acabar con esa lacra, o al menos con su inaudita proliferación en las redes sociales que tanto gustan a los menores, nos encontramos con la cruenta realidad que nos dice que en cierto modo hoy es más sencillo acceder a la documentación perniciosa que en esos círculos se maneja de lo que lo era cuando todo esto se destapó. Que el tiempo todo lo cura es una verdad que es válida para multitud de situaciones. En este caso en lugar de “curar” deberíamos cambiar el verbo por otro; empeorar.

Como bien dijo ayer Marcelino, ya hasta en Twitter hay pederastas que circulan por la red de redes micro-blogianas. Y lo peor, es el mismo Twitter quien nos facilita el acceso a ellos sin problema ninguno. Nos los recomiendan como se recomienda un plato en la carta de un bar. Como nos recomiendan a nosotros a otros usuarios. Sin pudor alguno. Sin filtros que discriminen los resultados que pudieran atentar contra sus propios códigos de conducta. Lo mismo de antes es válido para el caso de la anorexia y la bulimia.

Y mientras tanto las cosas empeoran con el tiempo. No estamos más cerca de acabar con esas lacras, sino más bien más lejos. Se habla menos de ello, se silencia, se ridiculiza. Los blogs que otrora se sorprendieron por la buena acogida que les brindaba la sociedad cibernauta a sus denuncias alrededor de estos temas, sufren hoy el escatológico ninguneo de quienes irresponsablemente se desentienden de todo ello, al tiempo que justifican su distanciamiento en tristes escusas de mal pagador que no sirven más que para poner un enorme interrogante en la cara de quienes nos sorprendemos al leer semejantes barbaridades.

En estos momentos está pasando una manifestación anti-taurina por debajo de mi casa. Gritan, chillan, silban y se desviven por animales de cuatro patas que nunca les podrán dar las gracias aunque de su mano haya salido la fuerza para salvarles de una muerte indigna y tormentosa. Sin embargo a ninguno de ellos, a ninguno de esos que veo pasar bajo mi ventana, los veo capaces de mandar una denuncia a la policía en caso de encontrarse con una foto de una niña en pelotas.

No critico su protesta, pero no los veo tan concienciados con sus congéneres como lo están con los astados. Sencillamente tienen el punto de mira cambiado. Tan cambiado como cualquiera de los que por aquí habitamos. Tan errado que creen que por hacer lo que hacen son mejores personas que los animales que matan otros animales. Tan ingenuos que olvidan de donde y cómo llegaron a parar las pechugas de pollo al mostrador del supermercado. Tan inconscientes que ni siquiera se preguntan por cómo vivió y murió aquella miserable gallina que se prestan a cocinar en su casa.

Tanto mal en este mundo y tan pocas personas empecinadas en combatirlo. Tan pocas personas concienciadas y tanta gentuza con la que combatir a diario para no dejar que semejante lacra caiga en el olvido. Hay ejemplos clarísimos de lo que digo. Uno es claro y contundente; Julia Otero lleva semanas denunciando lo del toro de Vega. Ni una sola vez la he oído hablar de pederastia salvo cuando en ésta aparecían curas.

Si estas personas, opinadores profesionales y buques insignia de la opinión públicas, actúan de forma tan negligente, ¿cómo podemos esperar que sus acólitos lo hagan de otra forma? Al final la única forma que hay para que uno se conciencie y despierte del aborregamiento que sufre, es la más triste y denigrante que existe; que aparezca un familiar con uno de estos problemas.

Entonces y sólo entonces parece que la gente se da cuenta del ingente problema que todos tenemos encima…

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