Hace unas semanas, una oleada de fraternidad inundó los corazones de millones de seres humanos mientras contemplaban, emocionados, cómo treinta y tres mineros eran rescatados de las feroces fauces de la madre naturaleza, gracias a la tenacidad de todo un pueblo que no sólo creyó a pies juntillas en la idea de su presidente, sino que admitió sin reservas la ayuda que se le brindó desde el exterior para hacer realidad el milagroso rescate que todos finalmente acabamos viendo por televisión.

Esa oleada de hermandad, de sintonía entre los seres humanos que tan pocas veces hemos sentido, ha acabado convirtiéndose en un mero recuerdo confuso de un algo que pudo ser y no acabó siendo. Un espejismo que representaba lo que podría ser vivir en un mundo en el que las personas fuesen más importantes que lo material. Una utopía que al menos tuvimos el privilegio de vislumbrar.

El caso es que pasado muy poco tiempo, toda esa efervescencia ha pasado a mejor vida y el día a día se ha vuelto a llenar de chorradas tales como misoginias varias, compras de votos por presupuestos y olvidos letales de la hermandad hace tan poco tiempo celebrada. Y lo peor, no sólo son culpables de ello nuestros políticos, también lo somos nosotros por prestarnos a defender lo indefendible, con tal de que ellos ocupen el poder del que nosotros les creemos merecedores.

Mientras escuchas la radio y oyes a una presentadora que antepone su feminismo y su retrógrada forma de ver las cosas, a las realidades mismas de la vida. Mientras observas al político de turno que piensa que con unas disculpas públicas es suficiente para salvaguardase de las culpas acumuladas por sus perversas palabras. Y mientras ves a otros escudarse en significados rebuscados del palabrerío nacional, encontrando sentidos menos hirientes para la palabra señorita, a sabiendas de que lo que se dijo fue precisamente lo que se dijo y no lo que se supone que se quiso decir. Es entonces cuando te preguntas cuando ocurrió lo que inevitablemente ha acabado ocurriendo

En qué momento tu voto ha pasado, de ser una extensión democrática de lo que tú crees que debe ser la política, a convertirse en un terreno abonado sobre el que otros construyen sus poderosas fortalezas y tras los que se amparan para, en tu nombre y sin preguntar, aseverar que hablan en tu nombre y además creérselo.

Pedir a la humanidad que se centre en aprender a convivir los unos con los otros es, sin lugar a dudas, la utopía más grande jamás pensada.

2 Comentarios:

    ¿Que otra cosa podemos hacer sino imaginar y buscar las utopías que merecen la pena? ;)

    @Angel Cabrera es cierto. A veces, creer que la utopía puede dejar de serlo, es necesario para el ser humano :)

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