Hoy he sentido la Navidad como nunca. Estamos en crisis. A ninguno de nosotros nos sobra el dinero, pero sin embargo al final hemos acabado sucumbiendo a la necesidad de no hacer partícipes a los pequeños de la casa de las estrecheces de las que los más mayores somos conscientes, entre otras cosas, porque ellos son demasiado pequeños e inocentes como llegar a atisbarlas. Por eso hemos regalado y hemos acabado estrenando.

En realidad mi mujer y yo habíamos decidido sólo regalar. Nada de dar un dinero que nos hacía falta. Y como nosotros algunos de la familia han decidido lo contrario. Así y sin que a ninguno se nos fueran de las manos las cuentas de la casa, los pequeños tendrían de las dos cosas, estrenas y regalos.

Y todo iba viento en popa hasta que a casa ha llegado un trío formado por un primo de mi madre, su mujer y un enano de unos nueve años (Toni como servidor se llama), que se han presentado como siempre para tomarse el café y los dulces que en esos momentos campaban a sus anchas por la mesa.

En casa en realidad no se invita a nadie, todos están invitados persé. Y por tanto nadie necesita que se le diga que puede venir para que finalmente lo haga. Nace, como decimos nosotros en casa, del corazón de quien desea juntarse con nosotros para pasar una tarde cualquiera. Todo el mundo sabe que los Domingos comemos en casa de mis padres o tíos (normalmente alternamos entre una y otra casa) y nadie recibe por tanto invitación alguna para acudir a ningún lado. En este caso ha sido la de la sobremesa de Navidad, justo el día en el que los niños hacen cola para  besar a los que estrenan y recibir así ese dinerito que les permitirá comprarse un caprichito.

Pues bien, nadie, ninguno de nosotros, esperaba la visita de estos primos y su hijo. Y justo han entrado en casa cuando los demás críos aullaban, festejaban y zarandeaban los billetes recibidos (no más de 60 € cada uno tras pasar por todos los que daban dinero). Y ninguno se ha inmutado lo más mínimo, han rebuscado en sus esqueléticas carteras y dan decidido, sin mirarse siquiera, que ese otro niño al que no se esperaba había que estrenarlo también.

Somos gente humilde, muy humilde, de los que aún compartimos el arroz que nos queda. De los que dejamos muchas veces y recibimos otras tantas. Y mis padres y tíos han vivido dejándose cuando podían y recibiendo cuando no los unos de los otros. Va en nuestra naturaleza qué le vamos a hacer.

Y ha sido justo en ese momento, ese en el que Toni recibía su primer e inesperado billete de cinco euros, cuando el pobre se ha emocionado y ha soltado esa lagrimita que le ha ido cayendo por su redondeada mejillita al tiempo que se ruborizaba y sorprendido preguntaba ingenuo si de verdad aquel billete era para él.

A ninguno de los que estábamos allí se nos ha escapado la reacción de aquella ingenua y dócil personita, embutida en el cuerpo de un niño de nueve años, al tiempo que a todos se nos enternecía el corazón ante semejante reacción de humildad y agradecimiento. Y lo que finalmente nos ha estremecido el corazón por Navidad a todos los que allí compartíamos mesa y mantel, ha sido la maravillosa frase que ha soltado el niño cuando una de las tías le ha susurrado al oído…“Venga ahora te queda ir al tío Toni que también tiene algo para ti” y que ha sido, ni más ni menos, que un delicioso y tierno:

No, yo ya tengo bastante con lo que me habéis dado…

Sinceramente, a todos nos ha caído otra lagrimita. Yo personalmente no volveré a ver a ese crío de la misma forma. Sin duda alguna, hoy un niño de nueve años nos ha dado una lección de vida a todos nosotros en casa. Una lección que a todos nos ha enternecido el corazón.

2 Comentarios:

    Los niños siempre nos dan grandes lecciones.

    FELIZ NAVIDAD, y espero que los malos tiempos pasen pronto.

    Un abrazo.

    @El dinosaurio di que sí, esta Navidad ha sido muy especial en casa y además nos hemos emocionado de verdad, pero de verdad de la buena.

    Feliz Navidad también para ti.

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