Puede que sea por la cantidad de veces que se menciona últimamente a las redes sociales en la televisión. Puede que por la parte que se les atribuye a las mismas, desde este lado de la civilización, en lo que a potenciadoras de las revoluciones en países árabes . Puede que porque finalmente hayamos entrado en la recta final de las campañas electorales de Mayo. Puede que por el nacimiento y difusión de un nuevo puesto laboral nacido del dospuntocerismo más puro, el de los Comunity-Managers.

El caso, no me lo negarán ustedes, es que redes sociales como Twitter, Facebook o Tuenti, han cobrado un renovado impulso que ha arrastrado con ellas a redes más profesionales como Foursquare, Linkedin y demás herramientas de contacto con denominación de origen dos punto cero.

Y con toda esta explosión efervescente, encaminada a formar parte de algo que algunos ya se han encargado de denominar “revolución silenciosa”, nos encontramos nosotros, los sencillos usuarios que habitábamos aquí desde hace unos años y que vemos, entre alborozos y fregadas de ojos, cómo lo que nosotros creímos un simple pasatiempo pasa a convertirse en una omnipotente plataforma de promoción de la marca personal que cada uno puede ser capaz de vender de sí mismo.

Lo curioso es que, habitando en una sociedad de la información como habitamos, no hayamos caído en la cuenta de que todo cuanto creamos que podemos hacer con nuestra marca personal, quedará siempre supeditado a la voluntad de las marcas que sí ponen dinero a la hora de integrarse en las redes sociales a las que tanto cariño parece que les tenemos.

Desde hace unos meses empresas, organizaciones, periodistas, políticos, empresarios, todo bicho viviente con conexión a internet, ha creado sus particulares perfiles para aparecer en la nube. No es malo eso si se administra bien. Pero lo que ha ocurrido es que quienes se creían capaces de discernir entre el bien y el mal, esos que decían formar parte de una revolución cuyo principal objetivo era la conversación, los que decían que para seguir a alguien era necesario algo más que un nombre, han acabado sucumbiendo a los cantos de sirena que significaban poder hablar en el Time-Line con una celebridad de cualquier campo y lograr lo que hasta hace unos meses parecía imposible; cruzar un par de frases con ellos.

La irrupción de gente famosa en twitter, por ejemplo, ha conseguido que personas como Leire Pajín tengan cientos de seguidores en twitter sin que si quiera lo hayan estrenado. Y lo malo de ello no es que no haya abierto el pico aún para decir esta boca es mía. Lo horrendo, lo incomprensible, es que quienes la siguen ahora son los mismos que decían hace no mucho que sus opiniones no estaban comprometidas por afinidad alguna.

Ha sido tan sencillo desembarcar en este mundo dospuntocerista para famosos y empresas. Tan sencillo hacerse con el altavoz que para tantos permanece inalcanzable por la nimiedad de no ser político o presidente de cualquier organización. Tan sencillo convertirse en el tuerto que reina en el país de los ciegos…

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