Espeluznante la cifra de parados que llevan más de tres años sin encontrar trabajo. Aterrador tan solo imaginar la situación en que se encuentran. Espantoso vislumbrar las penurias que estarán padeciendo. Pavoroso ponerse en su lugar un instante. Tremebundo saber que aún así para muchos de nosotros dentro de diez minutos volverán a ser no más que otra cifra de las miles que bailan estos días por nuestras mentes.

Una situación, la laboral, demasiado dramática para sostenerse durante mucho más tiempo. La crisis se ceba con los eslabones más bajos de las empresas, al tiempo que indemniza a los malos gestores con insultantes despidos que dinamitan cualquier posible perdón que pudieran alguna vez demandar.

Son demasiados ciudadanos que quieren y no pueden los que están pagando por los errores de otros. Demasiadas historias dantescas que convergen en un único punto llamado INEM.

Un punto, por otro lado, que aún queriendo no consigue dar razón de existencia, por su demostrada inutilidad a la hora de hacer aquello para lo que en teoría fue creado; recolocar trabajadores. No en vano, tan sólo el 2’5% de los que encontraron trabajo lo hizo gracias a una de sus oficinas. Un punto, el INEM, que ha acabado reduciendo su labor a la del simple papeleo y conteo de parados.

Hay que plantearse muchas cosas en estos meses. Una por ejemplo es la de exigir a las empresas que ya que se ha fabricado una reforma laboral acorde a sus necesidades, se vean en la obligación de aumentar sus plantillas en un porcentaje mínimo. Que queden prohibidas las horas extraordinarias. Que éstas las hagan trabajadores nuevos a tiempo parcial.

Podemos haber estado de acuerdo con la reforma laboral en mayor o menor medida, pero ahora, con la reforma realizada y los salarios rebajados hasta la saciedad, es tiempo de que las empresas pongan de su parte y se olviden del papel de víctimas del que durante cuatro años han disfrutado.

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