El mundo está tan hecho polvo y rezuma tanta tontería por los poros, que grandes personajes como el Juez Calatayud se atreven a cuestionarse públicamente qué es lo que estaremos haciendo mal para que hasta para ponerles los apellidos a los niños tengamos que recurrir a los juzgados.

Lo malo de todo ello. Lo que nos debería poner la carne de gallina. Lo que nos debería alertar sobre la peligrosidad del aventamiento del fuego del odio entre nosotros mismos. Lo que en definitiva debería hacernos replantearnos nuestra forma de solucionar los problemas de convivencia que sufrimos en todos sus aspectos, es que la realidad, la cruda, dura y terrible realidad, ha respondido a la pregunta que éste insigne juez se hace en su blog con el asesinato de una mujer cuyo único delito era el de estar en desacuerdo con su pareja de hecho en algo referente a la comunión de su hija mayor.

Resultado; nosotros los ciudadanos mamamos el odio que los políticos y periodistas nos administran irresponsablemente en los medios y aceptamos aplicar la justicia por medio de nuestra propia mano, emulando así a insignes premios Nobel de la Paz, que desde la distancia, asestan un golpe mortal a un terrorista que desde que ideó su funesto atentado estuvo condenado a muerte sin necesidad de juicio.

No lo olviden nunca señores, la culpa de todo lo que ocurre a nuestro alrededor es de nuestra empecinada obsesión por tener una visión sesgada y parcial de los acontecimientos, amén de una ingenua tendencia a creer en la bondad del mundo por si solo.

¿Recuerdan cuando hablamos de Mubarak y la bomba de relojería que despertaba la revolución Egipcia? Pues bien, ya hay otra Iglesia quemada y unos cuantos asesinatos por una razón más que subjetiva; los que quemaron la iglesia con sus feligreses dentro creían que había una musulmana conversa allí.

Al fin y al cabo era un motivo como otro cualquiera para pegarle fuego ¿verdad?

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