Verán, hace ya mucho tiempo que servidor de ustedes olvidó cómo era aquello de sufrir por tu equipo cuando disputaba un partido, olvidó cómo era aquello de perder el apetito cuando perdía, y olvidó por tanto también aquel forofismo que lo convertía a uno en una máquina de odiar sin compasión al contrario. Finalmente olvidó convertirse en un animal, en un simple piltrafa al que unos sentimientos equivocados le hacían proclamar a los cuatro vientos su mal entendido gusto por el deporte y el futbol en particular. Olvidó, en fin, dejar de ser humano antes que aficionado.

A decir verdad ya ni siquiera casi nunca leo el Superdeporte, periódico de cabecera de todo Valencianista de bien. Ni me preocupo de la intravida Valencianista con sus luchas de poder antes tan famosas. Ni sufro con las decisiones que no me gustan. Ni, en fin, deseo con ansias desbordadas tal o cual fichaje que se convierta en un revulsivo para una plantilla, que en mi ignorada opinión, peca de un complejo de inferioridad que desgraciadamente ya ha contagiado a la afición que va a Mestalla.

¿Que la afición no tiene complejo de inferioridad? Bueno, mi afición, esa que se supone que me representa cuando va al campo, se dedicó el otro día a pensar formas de evitar el pasillo a un Real Madrid campeón de Copa.

De verdad les digo que me avergüenza que eso lo haya hecho mi afición. Esa que siempre me representó en el campo. Esa que finalmente se dedicó a ejercer la anti-deportividad de manos de unos silbidos que sólo consiguieron ponerla en evidencia, desprestigiarla y hundirla en la caverna más profunda que pueda haber en la península ibérica junto a otras dos que no le anduvieron a la zaga hace no tanto tiempo, la del Bilbao y la del Barça, con su pitada al Rey y el himno en aquella vergonzosa final de copa también aquí, en Mestalla.

Hay que ser necios, para amparándose en el deporte, intentar impedir el gesto deportivo que merece un equipo que es campeón. Eso sólo demuestra hasta qué punto, una afición, puede sucumbir a los devastadores efectos de un complejo de inferioridad que a servidor ya no le afecta por haber aprendido a disfrutar del futbol al estilo de como lo hace su padre, con pasión, pero sin gilipollismos.

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