Leía ahora a la señora Elvira Lindo en el País, sorprendiéndose por aquello de que cada vez que vemos a un artista hablar de política, a voz en grito se le critique comparándolo con aquellos amables hacedores de la fantasía que eran los titiriteros.

Se pregunta ella sobre el cómo puede ser que recién salidos de la dictadura pudiéramos aceptar sus manifestaciones, aún declarándose casi todos abiertamente de izquierdas, y ahora treinta años después no seamos capaces de aceptarlos. Se pregunta cómo puede ser que a cada declaración de intenciones de estos, respondamos por lo bajini con un personal ‘será titiritero…’, que abarca un ansia más que demostrada de utilizar la denominación de este ancestral oficio de forma peyorativa.

Señora Elvira, creo que servidor de usted podría responder a su pregunta, de forma sencilla y acertada, sin temor a equivocarme en demasía en mi diagnóstico.

Hace treinta años necesitábamos de voces que pudieran desafiar al poder. Hace treinta años, aunque ya vivíamos en Democracia, aún existía una sombra en el horizonte que nos recordaba que todo se podía ir al garete en una noche. Le recuerdo que acabamos de pasar el fatídico 23F, segundo nacimiento de nuestra joven democracia. Hace treinta años necesitábamos de personas, que con el altavoz mediático que poseían, fuesen capaces de desafiar los silencios de nuestra clase política.

Hace treinta años señora Elvira, no había ni un solo partido que se pudiera acercar mínimamente a las posiciones de los artistas sin que saliera escaldado en el Parlamento. Le recuerdo que hace treinta años era la época del consenso, del llegar a acuerdos entre enemigos íntimos, del olvidarse de las rencillas y hacer renuncias que hoy por lo visto serían imposibles para el bien de la Nación.

¿Y qué pasó para que esto cambiara?

Pues señora mía, pasó lo que tenía que pasar. Los políticos perdieron el miedo. Vieron asentarse la democracia y con ello asegurarse sus poltronas. Se sintieron capacitados para luchar por todo aquello a lo que renunciaron en la Transición. Y eso hizo que los artistas se creyeran más legitimados que los propios políticos para hablar de libertades y derechos.

Es cierto que los artistas se jugaron el pan mucho antes que los políticos, pero no lo es menos que con aquella fama adquirida de demócratas, pensaron que sus palabras se convertían en la biblia en verso para los ciudadanos con tan solo salir de entre sus labios. Y ese ha sido un error garrafal.

Los artistas no son la voz del pueblo.

Los artistas no pueden mantener ese altavoz que antiguamente utilizaron de forma exquisita frente a unos políticos silenciados por su temor a perder ese atisbo de democracia que vislumbraban en aquellos años. Tuvieron su momento de gloria, pero éste ya pasó.

Del mismo modo que ya los políticos, de derechas, izquierdas, centro y Nacionalistas, han sido capaces de perder sus miedos y proponer cosas que antaño eran tabú en la política Española, no hay más que recordar lo de las veguerías Catalanas o la devolución de competencias al estado que abandera Rosa Diez, los artistas se han convertido en una especie de comparsas mal pagadas que creen aún que los votos de los ciudadanos a los partidos políticos se deciden tras sus declaraciones.

Es más, si los ciudadanos no viesen a los artistas como unas sanguijuelas o chupópteros que viven de las subvenciones del estado para la viabilidad de sus proyectos cinematográficos. Si no los viesen como unos abanderados de la SGAE, ansiosos de recaudar por cosas por las que no deberían. Si no fuesen tildados de vendidos al poder y se hubiesen mantenido en aquella delgada línea que los convertía en revolucionarios alejados de cualquier partido político existente…tal vez, y tan solo digo tal vez, en ese caso no serían mal vistas sus declaraciones.

Pero señora Elvira, coincidirá conmigo en que ese supuesto no se atiene a la realidad.

Hoy los artistas venden un voto, no luchan por un ideal. Hoy son simples sombras de un partido político. Esclavos de un pasado que los convirtió a la fuerza en abanderados de la izquierda, cuando lo que debió ocurrir fue que tan solo deberían haber sido la voz del pueblo deseoso de democracia.

Hoy la democracia ya está establecida…¿Para qué sirve entonces la voz de esos artistas? Pues para convertirse en simple propaganda política. Y ante ese echo no queda más remedio que el de cruzarse de brazos y esperar que cada palo aguante su vela. Artistas seguirán siéndolo durante toda su vida, la voz del pueblo ya no lo volverán a ser nunca.

2 Comentarios:

    HOla...

    Pasaba para saber como estabas y darte un saludo de buen día..

    Pues muchas gracias por pasarte y buenos días Balovega jejeje

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