Lo malo que tiene el no haber conocido la dictadura es que uno, servidor, no es capaz de hacerse una idea de hasta qué punto se ha ahorrado dolores, malos tragos, e injusticias, sin poder levantar la voz para quejarse, insultar al policía que a la carrera blande su porra contra nosotros por estar en una manifestación que los nuestros inocentemente han boicoteado, o llamar directa y sencillamente ladrón al político que se nos cruza por la calle.

Leí el otro día una frase en un tuit que me hizo pensar en la realidad que hoy vivimos, que rezaba más o menos así; "Ahora ya sabemos que hay dos formas de participar en democracia; la izquierda crea asambleas en Sol y la derecha utiliza las urnas". Si no recuerdo mal, éste tuit se produjo en los días siguientes a la publicación de los últimos resultados electorales.

Hoy en un corto pero elocuente artículo en su blog, Lluís Bassets vuelve a poner el punto de mira en las asambleas del #15m para hacer una crítica constructiva que ninguno de nosotros debería dejar de lado...

El voto a mano alzada es magnífico para el tumulto. Los brazos se levantan como lanzas antes del combate y no hay más que decir. Si alguien quiere tomarse la votación en serio constituye entonces una invitación trágica: esos pobres brazos solitarios que se oponen a la mayoría, se ofrecen a ser contados como candidatos a la expulsión, la cárcel o la guillotina.
La crítica en sí misma se centra no tanto en las pretensiones del movimiento para mejorar la representatividad de la política, sino en la forma de llevar a cabo las propias votaciones que la dan forma.  Pensándolo con la mente fría y alejando cualquier tipo de prejuicios previos, uno llega a la misma conclusión que Lluís; votar en contra de lo que esa mayoría aplaude, mientras espasmódicamente mueve las palmas de las manos hacia arriba, no es más que sentenciarse a uno mismo a la marginalidad en el propio movimiento.

La efervescencia misma que crean las manos al aire, la complicidad de las miradas que uno atisba mientras ve cómo al unísono los de alrededor aceptan sin rechistar lo que la mayoría aplaude, la euforia que soporta nuestra materia gris mientras se siente un parte y un todo de algo que nunca imaginó. Todo ello se convierte en un poderoso alucinógeno capaz de hacernos perder la perspectiva de unas urnas que siempre representarán la verdadera decisión de un pueblo libre de complejos.

El mismo error cometen los políticos al aceptar reformar las constitución sin consultar siquiera a quienes en teoría ostentan la Soberanía Nacional; nosotros. Ellos mismos, sin rastas, sin perros, sin flautas, sin palmas de manos alzadas al viento, hacen lo propio no en una plaza al raso, sino sentados en los escaños de todos, intoxicados por la inercia de otros, e impelidos a pulsar el botón que los haga sentirse responsables del salvamiento de la patria de todos.

Todos, políticos y ciudadanos, estamos poseídos por un espíritu demoníaco llamado democracia que como dijera Aristóteles; “cuanto más democrático se vuelve, más tiende a ser gobernado por una plebe, que degenera en tiranía”. Además, y como dijera Churchill en una de sus famosas frases; "El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio".

Hoy, ni los votantes están preparados para serlo puesto que quienes inician la revolución no atinan a hacerse comprender en la básica regla que dice que hay que votar siempre en democracia, ni los políticos superarían nunca la famosa conversación con Churchill y continuarían siéndolo cinco minutos después.

La democracia no es un acto de fe. Tampoco algo inherente a la condición humana. La democracia es trabajo y en éste pobre país que los jóvenes hemos heredado eso, el trabajo, es el bien menos abundante del que disponemos todos. ¿Cómo entonces sobrevivir en esta democracia?

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