Mientras el mundo entero se tambalee bajo nuestros pies. Mientras entre revolución y revolución olvidemos que siempre seremos culpables, al menos, de parte de los males que nos aquejen. Mientras, acosados por las deudas y la pérdida de derechos sociales, acusemos a los demás de anti-demócratas en lugar de luchar de verdad por la democracia. Mientras que nos obcequemos en reunirnos asambleariamente en lugar de tomar decisiones y dar forma institucional a lo que otros arrogan una representación cuasi absoluta. Mientras todo ello ocurra, nada, absolutamente nada, cambiará en éste cruel y vomitivo mundo en que vivimos.

Una revolución ciudadana no se culmina con acampadas y razonamientos sesgados cuyo partidismo sectario se comienza a vislumbrar en sus entrañas. Para que ésta tenga éxito, para que cumpla con su función, debe transformarse en algo tangible, visible, estructurado, que permita a los ciudadanos ver algo más que tiendas de campaña, puntos de información y rastafaris vociferando eslóganes facilones micrófono en mano.

Se debe llegar a un final en el que los que componen el movimiento sepan exactamente qué es lo que les están pidiendo a los políticos. Un final en el que quien quiera que sea pueda identificarse con todo un razonamiento completo que abarque todas y cada una de las cuestiones que se pongan sobre la mesa.

La revolución se marchita no porque la derecha esté a punto de llegar al poder. Y tampoco pierde fuelle porque haya habido, como dicen algunos, miles de infiltrados que han intoxicado a quienes en las asambleas estaban para enfriar su belicoso y revolucionario ánimo. La revolución se marchita porque no acaba de concretarse en nada en absoluto. Se enfría por la simple llegada de un frío Otoño que hace imposibles la nocturnas noches revolucionarias al raso.

La revolución en la que tantos y tantos pusimos nuestras esperanzas y que poco a poco nos fue desengañando, no ha servido más que para insultar a peregrinos, atrasar algunos desalojos de viviendas y legitimar algún que otro acto vandálico, amén de tratar de hacer lo contrario con un poder político, que aún con todas las reservas que podamos tener, representa la voluntad de un pueblo que en ninguna de las ocasiones en que el movimiento se escenificó en la calle salió a acompañarlo.

Hay que hacer las cosas de forma distinta. Pero sobre todo, hay que concretar las propuestas discriminando todo aquello que sea caldo de cultivo del populismo, la rima sencilla y el simple ataque visceral hacia cualquier sigla política. Solo así el movimiento conseguirá seguir adelante.

En contrapartida a la opinión expresada por mi aquí, os dejo un párrafo de una entrevista a Mario Conde que se contrapone radicalmente a la mía:

Yo conozco a mucha gente joven y a gente joven que ha estado allí; gente joven de derechas, católica y apostólica. El 70% de los españoles entiende la protesta. Ya no entienden tanto las propuestas, pero no les pidas que además de protestar tengan una propuesta coherente. Todos los movimientos de este tipo son magmáticos; el cemento que los une es la protesta, une el cabreo y el cansancio. ¡Y así funciona la Humanidad! ¿O tú te crees que cuando se produce la Revolución Francesa hubo unas propuestas consensuadas? Lo que hay es un cabreo porque la situación ha llegado a un límite y no se puede hacer más. ¿O cómo se produce la Constitución de 1812? Cabreo contra un régimen absolutista.
En fin, que no es tan sencillo como parece esto...

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